Por Alberto Equihua
Las crisis unen a los mexicanos. Eso nos gusta pensar. Probablemente con un resultado más moral que práctico. “Juntos saldremos de la pandemia” nos dicen los políticos. ¿Y después qué? ¿Cada quien a lo mismo de antes? Sería realmente un aliciente que las crisis nos unieran y que luego los mexicanos nos quedáramos unidos. La realidad demuestra que no es así. En México nos ha temblado, huracanes nos han azotado, epidemias nos han asolado y nos unimos para tendernos la mano en la emergencia. Cuando pasa, la solidaridad queda casi como un sueño agradable, pero nada más. Parece que la voluntad de unirnos nos flaquea. Para entender por qué conviene empezar por entender qué nos divide hoy.
La medida en que participamos en la riqueza generada y acumulada
El ingreso de los mexicanos nos divide profundamente. El 10% de la población más pobre ganaba en 2018 $9,113 al trimestre, equivalentes a unos $43 al día por perceptor. Por el otro lado, el 10% de los mexicanos con mejores ingresos ese mismo año ganaban $166,750 al trimestre. Es decir $778 pesos diarios por perceptor. Esa diferencia es la brecha que nos separa y mide 18 veces entre los dos extremos de la población. En promedio el decil más pobre gana casi un vigésimo comparado con el más rico. Recuérdese que estamos trabajando aquí con números promedio y con una agregación por deciles. El abismo entre la persona más rica de México y el más pobre es necesariamente mucho mayor.
La medida clásica de desigualdad usada por los especialistas es el coeficiente de Gini. Este indicador oscila entre cero y uno. Así distingue a la distribución completamente equitativa la inequidad absoluta, respectivamente. En un análisis por deciles el valor de 1, inequidad absoluto, denotaría la situación en la que 10% de la población concentra todo el ingreso. En 2018, el coeficiente de Gini para México fue de 0.475. Un punto a medio camino de la inequidad (INEGI; ENIGH, 2019.07.31).
Si el ingreso en México está distribuido inequitativamente, la distribución del ahorro está peor. Un análisis que data de 2012 (no abundan para esta variable) sugiere que la tasa media de ahorro en México es de -0.29% (un valor negativo). Para el decil más pobre este dato era de -127.56%, mientras para el más alto fue de 33.53%. Con estos datos queda de manifiesto la profunda brecha que existe entre los grupos más desprotegidos de la sociedad mexicana, que lejos de ahorrar, por lo visto tienen que endeudarse. Mientras que los más afortunados logran ahorrar en promedio una tercera parte de su ingreso (Valles, 2015, pág. 58).
Como factor de división el ingreso y el ahorro en México hablan de las profundas diferencias entre las experiencias que tienen la sociedad en sus extremos. Por el lado de los más pobres, la incertidumbre más básica es cotidiana. Simplemente para satisfacer las necesidades elementales. Un accidente o la enfermedad tienen consecuencias fatales y probablemente permanentes. En su situación no hay margen de maniobra. Al otro lado, en el distante décimo decil en términos de ingresos la experiencia es muy diferente en medio de la abundancia. Las preocupaciones, ni siquiera son alrededor del ingreso y el ahorro. Esos fluyen sin agotamiento aparente. En el mejor de los casos aquí las responsabilidades derivadas de la propiedad pueden ser la fuente de incertidumbre: derechos que proteger, cómo aprovecharlos mejor, exigencias administrativas y operativas, continuidad transgeneracional, etc. Son mundos muy diferentes. ¿De qué podrían hablar dos personas extraídas de los extremos? Y aún así, el reto de México es encontrar un denominador común, una causa, que pueda interesar y motivar en lo posible a todos, a pesar de la distancia en ingreso y ahorro.
Las oportunidades para mejorar nuestra posición social
La permeabilidad social en México es insatisfactoria. Estudios como los que prepara el Centro de Estudios Espinosa Yglesias revela la magnitud de este reto. En un documento difundido a principios de este 2020, el centro resume la falta de oportunidades en los siguientes términos:
“la mitad de quienes nacen en los hogares más pobres permanecen en dicha condición, y únicamente una cuarta parte de ellos logra superar la línea de pobreza. De entre ellos, menos de tres de cada cien que nacen en los estratos más desaventajados logran alcanzar el extremo superior. Aunado a lo anterior, las opciones de movilidad social son distintas entre las regiones del país. En el sur las cifras son desalentadoras: 65 de cada 100 que nacen en el extremo inferior de la escalera social permanecen ahí durante la edad adulta; además, la posibilidad de ascender hasta el extremo superior es de casi la mitad que en el resto del país (Centro de Estudios Espinosa Yglesias, 2020, pág. 5).
El IMCO (Instituto Mexicano para la Competitividad) es otro think tank que ha puesto bajo la lupa la falta de oportunidades del país. En su último informe presentado en 2019 destaca datos como los siguientes:
Acceso a los servicios de salud
En Chiapas, la esperanza de vida es cuatro años menor que en Nuevo León.
En el sur, dos de cada 10 personas tienen acceso a los servicios de salud, mientras que en el norte, cinco de cada 10.
Acceso a la educación
El trabajo de los padres determina si los hijos tendrán acceso a estancias infantiles.
En México, los jóvenes se gradúan de la preparatoria con conocimientos de primero de secundaria.
Las deficiencias educativas se concentran en el sur del país.
Acceso a la justicia
El 79% de la población vive con miedo.
En 2019 han ocurrido más de 857 mil robos y asaltos, de los cuales una mínima parte se resolverán.
Las personas en pobreza deben superar muchas más barreras, como diferencias en el idioma, falta de un buen abogado o de recursos para el pago de trámites y fianzas.
El 70% de los reclusos son jóvenes con bajo nivel educativo que cometieron el delito de robo, que provienen de ambientes precarios y cuentan con pocas oportunidades de desarrollo
En suma, el mexicano tiene pocas posibilidades de cambiar su situación social a lo largo de su vida. No hay “un sueño mexicano”, para parafrasear un cliché conocido. La salud, la educación y la impartición de justicia en nuestro país nos divide también. Una vez más, en estos temas las preocupaciones nos separan. Unos aspiran a prevenir y curar enfermedades perfectamente tratables, mientras que en el otro lado la lucha es contra afecciones incurables y a veces simplemente estética. Mientras unos simplemente desean una escuela para formar a sus hijos en lo más básico, otros enfrentan al hijo que no quiere ir a la universidad. En México, el acceso a algo que deseamos llamar justicia se ha reducido a un tema de potencia financiera. Caer en los engranes del aparato judicial puede ser comparable a adquirir una enfermedad fatal. Sólo quien tiene una cartera profunda puede salir relativamente bien librado. Estas brechas existen en todo México, pero también nos separan gográficamente, notablemente entre norte y sur. También es diferente, por ejemplo, hablar de educación (tan citado como problema y reto toral de México), que es una necesidad más uniformemente distribuida, que de salud o justicia. Y aún así, es diferente entre los ciudadanos con descendencia en edad escolar y quienes no tienen hijos o y dejaron definitivamente esa etapa atrás, en sus vidas. Aún la generalización “oportunidades”, ¿en qué punto concreto podría converger que convocara mayoritariamente a los mexicanos?
El acceso a oportunidades de trabajo
La participación en la definición de las reglas y de las decisiones que nos rigen y gobiernan
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