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Foto del escritorGildardo Cilia López

México: Libertad, Igualdad, Riqueza y Democracia

Gildardo Cilia López



Temas polémicos van y vienen. Algunos afirman que estamos cerca de una catástrofe: inflación, bajo crecimiento y desempleo. Cifras que se presentan en un mes se convierten en tendencia irreversible y transforman los indicios en prueba palpable. Sin duda, hay indicadores que deben preocuparnos, entre ellos, la tasa inflacionaria, donde irrefutablemente quincena tras quincena los índices han mostrado una tendencia adversa; pero otros no, porque existe en ellos cierta estacionalidad habitual. En otros, como el déficit fiscal, algunos medios únicamente hablan de montos, sin darle el contexto económico correcto. Sigue siendo significativo que en este año en el que se ha presentado reactivación económica, el déficit del balance primario sea de -0.4% en relación con el PIB; lo que es un buen signo de que existe una política fiscal prudente.


¿Qué tanto podemos decir que estamos mal y en el caso extremo, que hemos caído en el peor de los escenarios: la estanflación? Pudieran existir criterios fundamentados, pero la mayoría de las veces actúan posiciones sustentadas en la animadversión ideológica y política. Derivada de la polarización, se habla de un gobierno que tiene una estrategia económica fallida.


Desde hacía cuatro décadas el mundo y por supuesto México, no había experimentado cambios tan profundos. La visión que se tiene de esta transformación no puede sustentarse sólo con criterios económicos. La ciencia económica no significa el todo. El mismo Friedrich Hayek, el gran promotor de la revolución neoliberal de los años setentas y ochentas, precisó - con clara alusión a Milton Friedman - que los cambios que se estaban presentando en esa época no podían explicarse únicamente a partir de criterios económicos y que la visión de un economista tendría que ir más allá de los simples conceptos y determinismos económicos; que quien así lo hacía terminaba siendo un mal economista.


Atrás de los grandes cambios en la década de los setentas se encontraba el concepto de libertad y el cómo ejercerla racionalmente. Hayek llegó a concebir que los gobiernos podían afectar los criterios racionales de los individuos; así concluye “que la libertad de elección debe ser más practicada en el mercado en vez de las urnas, la libre elección puede al menos existir bajo un régimen de dictadura, pero no bajo una democracia sin límites”. La síntesis no podría ser más regresiva: la libertad para el correcto funcionamiento del mercado sí era indispensable, la democracia no. Se justificaba, así, mediante la idea de la dictadura liberal, a la dictadura militar chilena.


El concepto de libre elección, bajo semejante concepción, llevó a enormes distorsiones políticas y éticas: las sociedades democráticas no necesariamente garantizaban la libertad económica; situación que, si se podía presentar en una dictadura, con la imposición de un liberalismo autoritario. El curso histórico ha demostrado que libertad y democracia son un binomio inseparable y que la una no puede existir sin la otra. En Chile (y antes en España) con el restablecimiento de la democracia, en 1990, se demostró fehacientemente que los sistemas con mayor libertad política no inhiben el comportamiento del mercado; que, por el contrario, pueden reactivarlo. La democracia en España trajo una modernización económica, impensable antes, debido a los grandes rezagos que existían durante el periodo de la dictadura franquista.


La democracia, pese a ello, en nuestro hemisferio palidecía. Las democracias no podían sustentarse sin el único elemento que garantizaba en forma natural su permanencia: la igualdad. Mucho se discute si la justicia distributiva pueda ser una piedra angular de un sistema económico-político o si la búsqueda de una mayor igualdad, per se, sea un objetivo económico razonable; podríamos decir sí o no, pero es indudable que la extrema desigualdad lleva a padecimientos imposibles de contener, entre ellos, en grado superlativo, la pobreza, la violencia, el crimen y la corrupción.


Dos premios nobel, Kenneth Arrow y Amartya Sen, orientaron sus estudios a la teoría del bienestar y encontraron que resultaba indispensable asociar los conceptos de riqueza y libertad. Es decir, es imposible no pensar que con más riqueza se pueda contar con una mayor libertad para tomar decisiones. El tamaño del ingreso determina grados de libertad para escoger lo que se quiere consumir; para aceptar ciertos tipos de ocupación; para renunciar y optar por otros empleos cuando las condiciones labores se vuelven adversas y para generar un mayor equilibrio entre el trabajo y el disfrute del ocio, entre otras tantas cosas. En una sociedad con amplia desigualdad, los más tienen una libertad de elección restringida y sólo pocos tienen una capacidad ilimitada para hacer lo que se quiera. La libertad, en consecuencia, debe vincularse a una sociedad que es capaz de generar más riqueza y de distribuirla en un plano progresivo.


Diríamos, en síntesis, que el objetivo de la igualdad carece de sentido, si los sistemas económicos no son capaces de generar riqueza. La igualdad adquiere el cauce correcto en la medida que se abandona la escasez en un plano ascendente: entre más se tenga mayor es la capacidad de elección y, por lo tanto, de adquirir libertad.


Aunque no lo queramos ver así, el viraje democrático hacia la izquierda en los países latinoamericanos, cuyas expresiones más visibles se encuentran en México y en Chile, no significa un retroceso. México ha dado la muestra: no se trata ahora de generar riqueza artificialmente para superar rezagos sociales, inundando al mercado con dinero; ni tampoco de contar con un gobierno que no respete los equilibrios básicos, particularmente, el fiscal; lo que se busca es generar y distribuir riqueza sobre bases más sólidas.


Se puede pensar que la tasa de inflación en México (7.2% en 2021), que está muy por encima de la tasa objetivo (3.5%), sea un signo inequívoco de una política populista. Las cifras fiscales indican otra cosa cuando se relacionan con el PIB; además, el fenómeno inflacionario se presenta a nivel mundial y es casi seguro que, sin disciplina en las finanzas públicas, el porcentaje hubiera sido significativamente más alto y que estuviéramos dentro de un escenario de precios incontrolable. En Estados Unidos la tasa inflacionaria, en 2021, fue cercana a 7% y en Chile, con el gobierno de Piñera, (no hay que olvidarse que su sucesor de izquierda, Gabriel Boric, asumirá el cargo de presidente hasta el 11 de marzo de 2022) el incremento en precios sobrepasó el 6%.


¿Cómo se debe ver al mundo hacia adelante? Es difícil concebirlo en su totalidad, pero no podemos dejar de pensar en los cuatro vectores que propiciarían el mayor desarrollo de las sociedades: libertad, igualdad, riqueza y democracia. Los gobiernos, por otra parte, no pueden dejar de ser prudentes; se debe desterrar la idea que por sí mismos pueden generar la riqueza que las grandes mayorías necesitan; más bien deben de encauzar el esfuerzo productivo social, que constituye el soporte fundamental para alcanzar una riqueza progresiva.


¿Se puede concebir como viable un sistema económico-político sin riqueza? Tajantemente, no; tampoco se puede pensar que sólo sea indispensable generarla y que el bienestar hacia la sociedad vendrá por añadidura. Al menos no es el caso de los países latinoamericanos; particularmente, de México y Chile, en donde el neoliberalismo (o su instrumentación incorrecta) llevó a enormes lastres sociales. Las grandes mayorías votaron por un cambio: por contar con regímenes que atiendan los problemas sociales que hacen colapsar el bienestar de las generaciones actuales y futuras. El reto ahora para los gobiernos es avanzar congruentemente: conjugando generosidad con prudencia económica. Hasta ahora, México no ha dejado de ser un buen ejemplo.






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