Gildardo Cilia López
Como se comentó en la primera parte de la columna, en julio del presente año se publicarán los resultados de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH). A partir de ese momento, actuarán las filias y las fobias de los economistas para darle mérito o demeritar las cifras.
La ENIGH se elabora en forma bianual, de modo que casi ansiosamente se está en espera de estos resultados para profundizar en la información y contar con datos más confiables. La encuesta que se publicará en julio de 2023 será la última que se conozca durante la gestión del presidente López Obrador, ya que la que se realice en 2024 se dará a conocer entre julio y agosto de 2025.
La última ENIGH, publicada en 2021, se realizó durante el periodo de la pandemia COVID-19, cuando el confinamiento arrasó con millones de empleos, pulverizando los ingresos de los hogares. La importancia de la Encuesta que se efectuó en 2022 es vital porque nos dará información sobre cómo se han recuperado los ingresos de los mexicanos y sobre cuántas familias han salido del avatar de la pobreza provocado por la parálisis económica durante 2020.
Ahora bien, esperarse 2 años para hablar con mayor certidumbre de la pobreza en México es mucho tiempo. Por esa razón, mensualmente, CONEVAL pública “La Línea de Pobreza por Ingresos”, en donde aclara que los datos que ahí se reflejan sólo tienen la finalidad de medir la pobreza, sin que podamos llegar a conclusiones definitivas sobre los patrones de consumo, de bienestar o de desigualdad.
Aun así, la información sobre la línea de pobreza por ingresos es trascendente por qué se sustenta en el análisis de dos indicadores básicos: 1) La Línea de Pobreza por Ingresos (canasta alimentaria más la canasta no alimentaria) y 2) La Línea de Pobreza Extrema por Ingresos (canasta alimentaria). Para que esta información tenga sentido se actualizan los ingresos nominales con el Índice Nacional de Precios al Consumidor. Las cifras en enero de 2023 fueron las siguientes:
Para contar con una mayor referencia (tal como CONEVAL lo hacía antes) deberíamos comparar esta información con los salarios mínimos, mismos que se situaron en 6 mil 223 pesos y en 9,372 al mes, si se toma en cuenta la Zona Libre de la Frontera Norte y, sobre todo, con el salario promedio de los trabajadores formales publicado por el IMSS, que a enero de 2023 ascendió a 15 mil 576 pesos. Es decir, si se toma en cuenta el salario mínimo y el salario promedio del sector formal por persona, claramente los ingresos de los asalariados rebasan a las Líneas de Pobreza por Ingresos y en forma sobresaliente a las Líneas de Pobreza Extrema por Ingresos. Sin embargo, hay que tener cuidado porque las cifras más importantes son los ingresos por hogar que es justamente lo que va a revelar la ENIGH.
Regresemos ahora a lo que hipotéticamente sosteníamos en la primera parte de la columna: que las cifras de la ENIGH van a presentar resultados muy favorables, ello en virtud de la evolución de los salarios reales y las transferencias de recursos a los pobres y a la población vulnerable, ello con independencia de que la encuesta realizada en 2020 se elaboró en plena parálisis económica.
Uno de los principales logros, desde el punto de vista social del presidente López Obrador, ha sido el continúo mejoramiento de los salarios y de la masa salarial dentro del PIB. Si estos movimientos favorables se llegarán a estancar, haciéndose transitorios, todo se revertiría y entonces, la estrechez de ingresos llevaría otra vez a la sombría pobreza; por eso los incrementos reales en los ingresos de las personas deben ser continuamente ascendentes.
El otro punto crítico es la consideración de que el incremento de los ingresos de los trabajadores, por sí mismo, no genera valor; que necesariamente se requiere de crecimiento económico, de ser posible de 5%, para generar los equilibrios suficientes en el mercado de trabajo. Esta opinión pudiera ser incontrovertible, sin embargo, eso lleva a no concatenar causas y efectos: el proceso económico no se reduce sólo a la inversión; en dado caso, resulta más importante analizar las causas que explican su dinamismo. Y ahí no se pueden tener tantas divergencias, la continua expansión de la demanda de los bienes y servicios es una condición que posibilita inversiones crecientes. Desde cualquier perspectiva que se vea, nacionalmente o en términos de la integración comercial, no conviene tener un mercado mexicano restringido, acotado por los bajos ingresos de su gente.
Imposible no pensar que en 2018 alrededor de 60 millones de mexicanos vivían en la pobreza. Desde hacía casi 40 años la política económica buscaba una corrección natural mediante el libre funcionamiento del mercado. Todo en vano porque el sistema de goteó económico de arriba hacia abajo sólo llevó a dos fenómenos perniciosos: 1) el empobrecimiento continuo de millones de mexicanos y 2) la disminución significativa de las clases medias.
Los economistas pensamos que la ciencia económica es la que prevalece en la vida social de un país. Concebimos que las leyes económicas son irrenunciables; queremos hacer a un lado al Estado (en su caso, debe ser mínimo) y nos olvidamos que toda decisión relacionada con la economía, tiene también un fundamento político y en política lo que prevalece es la ética. Favorecer a pocos en aras de la inversión, sin importar las masas, profana la vocación de servicio de los que gobiernan; transformando al Estado en un elefante perezoso, pese a que los desequilibrios puedan llevar al precipicio social.
Indudablemente muchos economistas creemos que no hay mejor opción que el Estado mínimo; aunque continuamente nos salgamos de esa órbita durante los periodos recesivos, cuando queremos que el Estado proteja al empleo, a la planta productiva, amplíe la demanda efectiva, atienda a los pobres y muchas cosas más. Es claro que el presidente cree también en el Estado mínimo, con la clara restricción de que desde el Gobierno no se puede hacer todo. Así, sin salirse del equilibrio fiscal, la opción preferente en la crisis pandémica fue tratar de evitar el mayor daño social posible, orientando los recursos hacia los desempleados, los pobres y la población vulnerable; dejando a un lado los estímulos, los apoyos y las condonaciones, particularmente, hacia las grandes empresas. Es más, durante el confinamiento se hizo obligatorio el pago de sus adeudos fiscales y la práctica de cobranza de impuestos se hizo aún más efectiva.
Mejorar los ingresos reales y transferir recursos a la población empobrecida y a sectores vulnerables ha sido una estrategia permanente durante el periodo de gobierno del presidente López Obrador, con la clara idea de consolidar la demanda y el consumo de millones de personas y de familias, con el fin de superar la línea mínima de bienestar y ensanchar el consumo no sólo de básicos, sino de otro tipo de bienes que le imprimen un mayor dinamismo al mercado y a la inversión. Esta ha sido una de las banderas políticas durante estos cuatro años del Gobierno de la cuarta transformación.
Sí esto es así, si lo que se busca es tener un país con una población de ingresos intermedios, es decir, con una nutrida clase media, entonces, como explicar las acervadas críticas a estos estratos de la población.
Esto tuvo su origen en los comicios de 2021, en donde los resultados en la Ciudad de México no fueron del todo favorables para MORENA. Este partido político triunfó en 7 alcaldías; quedando las 9 restantes en poder de la oposición: 5 fueron para el PAN, 2 para el PRI y 2 para el PRD. En términos llanos, la oposición le arrebató 6 de las 11 alcaldías que había ganado MORENA en las elecciones de 2018.
Contra lo que aconseja, el Presidente López Obrador no hizo un análisis sereno, de autocrítica, y por el contrario responsabilizó a la mayoría de las clases medias del “descalabro electoral”, calificándola como aspiracionista y llevándola al bando conservador. Esto ha significado un desatino por varias razones:
Si la estrategia es disminuir la pobreza en forma permanente vía el mejoramiento de los ingresos de la población asalariada, resulta contradictorio un discurso que menosprecie a las clases medias.
No se puede ir en contra de las aspiraciones de la gente de mejorar los ingresos y de tener acceso a bienes que no sean los básicos.
En realidad, nunca se ha perdido la movilidad social, superar las condiciones iniciales de ingreso es una aspiración válida y natural, de ningún modo reprochable.
Contra la idea de que la Ciudad de México es históricamente conservadora (como lo señalaba, por ejemplo, Octavio Paz), se olvida que desde 1997 los gobiernos de izquierda han recibido el apoyo nutrido de las clases medias en la Ciudad de México y que el presidente mismo fue favorecido por ese núcleo social en el año 2000 cuando asumió la jefatura de Gobierno. ¡Qué decir de su triunfo electoral en 2018!
Históricamente, generaciones de las clases medias han cumplido con un papel trascendente en las cuatro transformaciones a las que se hace referencia. No se podría hablar de los cambios del país sin destacar el grito libertario de Hidalgo o la actuación posterior de la generación liberal, todos ellos miembros de las clases medias y de clases sociales aún más favorecidas, con la excepción de Juárez.
El presidente mártir Madero, uno de los personajes que más menciona el presidente López Obrador provenía de una familia adinerada del Norte del país.
La historia no es maniquea y narrarla a partir del conflicto entre dos bandos: “los liberales” y “los conservadores”, como si fueran bloques monolíticos, no sólo es incorrecto, sino injusto; porque hubo movilidad política en los personajes, así como méritos y desaciertos. Héroes con antecedentes conservadores como Miguel Negrete se sumaron a las fuerzas nacionales que defendieron Puebla el 5 de mayo de 1862. Hay que enaltecer lo que le dijo a Juárez “yo tengo patria antes que partido”.
No se puede de manera simple articular los ideales y las ideologías con la condición económica de las personas. Esa es una falsa visión de la historia. Los socialistas liberales del zapatismo se están retorciendo en sus tumbas.
Por el descuido de los liberales y su rechazo (por no decir desprecio) a los derechos, costumbres y creencias de las comunidades indígenas, así como por los masivos despojos de tierras, nutridos grupos de etnias en diferentes regiones del país durante el siglo XIX se rebelaron con toda justicia, coincidiendo más con tesis conservadoras (Manuel Lozada y Tomás Mejía, son un claro ejemplo).
Algunos personajes olvidados por nuestra historia tuvieron planteamientos más profundos que los de los liberales. Es el caso de la generación anarquista del siglo XIX. Sólo hay que recordar la historia y el sacrificio del campesino Julio Chávez López (o Julio López Chávez) precursor del zapatismo y de la Reforma Agraria.
Las posiciones inflexibles en contra de las aspiraciones naturales de millones de personas de la clase media nutren las filas de la oposición por sentirse claramente agraviadas.
Va a ser imposible darle continuidad a la cuarta transformación si no se cuenta con el apoyo decidido de las clases medias.
Más puntos se podrían decir, lo cierto es que no se puede continuar con el discurso adverso. De no cambiarse - de seguir con los agravios - la cuarta transformación podría no consolidarse; convirtiéndose, por su corta vida, en una quimera o en una utopía de nuestra historia.
El presidente López Obrador no puede tirar por la borda lo mejor que ha hecho: actuar a favor de una mejor justicia distributiva. Urge su reconciliación con millones de mexicanos: los que formamos parte de la clase media.
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