La rebeldía en la Baja Mixteca, el general anarquista y la rebelión narrada por Don Gilberto Bosques.
- Gildardo Cilia López
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Gildardo Cilia López

“Tierra y libertad”, más que lema, fue el clamor de justicia que hizo vibrar a los pueblos de Sur de Morelos y de la Baja Mixteca y que resume con gran precisión un larga lucha histórica.
La nación surge de un todo deshecho: durante el siglo XIX se construye penosamente, en medio del caos y de la ingobernabilidad. El nuestro, efectivamente, era un país que requería “orden, paz y progreso”; sin embargo, quienes lo gobernaban se movían estrechamente: omitían en la práctica el concepto sustantivo que le podía dar un mejor destino a la patria: justicia. Sólo con su imperio se podía garantizar una paz perenne y posibilitar un avance progresivo y sostenido.
El México del siglo XIX fue convulso: gran parte de la masa social se oponía a los conceptos de autoridad y gobierno. Así se configuró el México bronco y caótico: el de la gente que quería hacerse justicia con su propia mano; el que idealizó a los bandoleros porque se oponían a un orden adverso, carente de la más elemental justicia. Todo se hizo confuso, el bandolerismo se convirtió en casi todas las regiones en una manifestación más de la rebeldía o del desacuerdo social; quienes operaban fuera de la ley encauzaban el sentir de la gente ante un malestar reprimido. En las zonas urbanas y rurales muchos de estos bandidos se convirtieron en los héroes de los pobres: en un modelo de aspiración de justicia.
Para el Estado modernizador los bandoleros significaban la mayor de las calamidades porque obstaculizaban el orden y el progreso. Conforme a su visión eran éstos los que mantenían al país en ruinas, los que impedían el desarrollo del comercio y ahuyentaban las inversiones; los que diezmaban el poder del Estado e impedían la conformación de una nación integrada hacia los fines sustantivos de su defensa y desarrollo. A los gobernantes sólo les quedaba dos vías: o invitaban a los bandoleros a pasarse de su lado, mediante diferentes concesiones o pagándoles su adhesión a precio de oro, mutando así su condición de infractores a defensores de la ley; o imponían el orden, combatiéndolos con toda la fuerza disponible.
A partir de la séptima década del siglo XIX, se logró aparentemente contener y abatir el bandolerismo. La razón de ser del Estado se cumplía a partir de las tres premisas básicas que posibilitaban un plan de gobierno: “orden, paz y progreso”. Todo en un plano relativo, porque ese régimen siguió siendo frívolo. Poco generoso. La modernidad no trajo consigo el empoderamiento de la justicia; lo que se impuso fue una modernidad acotada y salvaje: continuó el despojo de tierras y los trabajadores acasillados siguieron viviendo casi en las mismas condiciones que imperaban en el periodo colonial; en tanto que los salarios eran de hambre y de miseria. Así, durante más de treinta años, se incubó un encono que llevó al mayor desbordamiento social que ha sufrido el país a lo largo de su historia.
La región en rebeldía
La calma sólo era aparente, en muchas regiones del país la paz social se irrumpía cotidianamente. La Baja Mixteca permaneció en rebeldía durante toda la segunda mitad del siglo XIX: en 1868, el gobernador de Puebla, Rafael J. García, solicitó el apoyo del presidente Benito Juárez para “poder pacificar al distrito y purgar a los malhechores que lo infestan”.

En 1869, con la creación del Estado de Morelos, las medidas en torno a la pacificación de la región se intensificaron. El primer gobernador de esa nueva entidad federativa: Pedro Baranda, mantuvo como su principal eje político de acción el apaciguamiento de la región y derivado de una campaña informó:
“En Chiautla fueron aprehendidos cinco individuos conocidos por ladrones y plagiarios. Estos fueron fusilados, y otro plagiario a quien se le marcó el alto y emprendió la fuga, fue muerto en el camino por la escolta”1
La lucha contra el bandolerismo se hizo cruenta. Los que ponían el orden en la región, en uso y abuso de sus atribuciones, pusieron en marcha una dinámica de fusilamientos sumarios y aplicaron la “ley fuga”:
(Así) “los jefes políticos de Jonacatepec y Chiautla pronto informaron (sobre) la captura de varios ladrones y plagiarios en el pueblo fronterizo de Teotlalco, Puebla. Todos los aprehendidos –Francisco Pliego, Fabián Gómez, José de la Luz Domínguez y Domingo Sánchez– fueron fusilados”2.
Pese a la respuesta represiva, la presencia de bandoleros y gavillas era incontenible, se movían de un lado a otro e incursionaban frecuente y sorpresivamente en la Baja Mixteca:
“El 28 de mayo de 1870, el jefe político de Chiautla pide a Gobernación mandar una excitativa a los gobernadores de los Estados de Morelos, Guerrero y Oaxaca para que cooperen en la destrucción de las gavillas que merodean en los distritos colindantes con el de Chiautla, para Morelos los de Cuautla y Jonacatepec, ya que no consideraba justo que los vecinos de su jurisdicción tuvieran que sufrir la negligencia de las autoridades vecinas en la persecución de los bandidos”3.
En la región existía algo más que una rebeldía primitiva encabezada por bandoleros que se enfrentaban a la autoridad sólo para alterar el orden público, sin proponer nada sustantivo a cambio. Debe decirse que todo el que se oponía al régimen era calificado como bandolero, sin importar cuál era el sentido o causa de su rebeldía; además en la segunda mitad del siglo XIX, se fue conformando un movimiento y focos de insurrección, que sí proponía un cambio profundo en el orden establecido.
El clamor de justicia de un general revolucionario había llegado a Chiautla y a los pueblos de la Baja Mixteca y del Sur de Morelos.
Miguel Negrete: el General Anarquista
Al término de la independencia se presentó una intensa contienda entre los diversos grupos políticos por la definición del destino elegible que debería tener la nación. Era un México en la que la posibilidad de llegar a acuerdos parecía imposible. Conforme a una síntesis maniquea, en nuestra historia sólo se concibe la existencia de dos grupos con posiciones irreconciliables: los que estaban por el viejo orden y los que bogaban por un nuevo orden de corte liberal. Grupos que en abierta contraposición parecieran explicar por sí mismos la ingobernabilidad que caracterizó al siglo XIX.
Esto no es del todo cierto, simplemente porque ni los conservadores, ni los liberales, eran grupos homogéneos o monolíticos; había causas o principios comunes, pero a la vez en sus senos, los hombres tenían diferencias importantes en su concepción, objetivos y luchas. Así, entre 1867 y 1868, al término de la intervención francesa, el General Miguel Negrete se atreve a desafiar abiertamente a Juárez:
“Culpaba a los funcionarios en el poder de estar abusando de la embriaguez de entusiasmo en que se sumergió el pueblo por la dictadura de los invasores, para hacer fraudes y maniobras electorales, corromper autoridades locales y enriquecerse”4.
Tiempo después el 5 de junio de 1879, en su manifiesto a la nación en contra del gobierno porfirista, proclamaba:
“Combatí la administración del señor Juárez a pesar del gran respeto a ese alto personaje, cuyo renombre ha sido consagrado por la historia, cuando su prolongación en el gobierno había roto el apoyo de la opinión y el cimiento de la voluntad nacional. El pueblo me arrebató entonces de las gradas del cadalso: a él debo la vida y a él sólo consagro mi existencia”.
Y añade en contra del Gobierno Porfirista:
“La República que ha caminado siempre de ilusión en ilusión, vio en el general Porfirio Díaz una nueva esperanza: sus antecedentes le daban un brillo deslumbrador y las voces que, al palparse sus multiplicados errores de gobernante, procuraban despertar a la nación de su sueño, se tenían como el uso de una oposición insensata…
El país tiene el desprestigio en el extranjero y el próximo amago de un conflicto nacional con el exterior. En el interior, un pueblo hambriento, agitándose en las ciudades y en los campos, azotados por la miseria. El ejército desunido, la sociedad entera sin rumbo, la República en ruinas…
Todos sin distinción están en el deber de salvar a la patria; a ellos apelo en la lucha que voy a emprender contra la usurpación y la tiranía”.
¿Quién era el General Miguel Negrete, que desafía abiertamente a Juárez y Diaz? Se trata de un hombre notable, del que conviene hacer una sinopsis de su biografía:
Nace en Tepeaca, Puebla en 1824.
Lucha contra la invasión norteamericana en 1847, con el grado de sargento primero. Combate en Puebla, Churubusco y Chapultepec. Ante lo que le parece inadmisible: que la patria se rindiera, “él y un puñado de civiles que reclutó agarraron unos cuantos rifles y se apostaron en las ventanas y en los edificios adyacentes al Zócalo. Empezaron a tirar sobre los norteamericanos durante la ceremonia de rendición oficial y al izamiento de la bandera (norteamericana) en la plaza. La lucha continuó por la tarde y por la noche, (el ejército norteamericano) obliga a retroceder (a estos manifestantes)…hacia la sección del mercado de la Merced”5.
En 1855 se levanta en armas durante la Revolución de Ayutla, en apoyo a las fuerzas liberales con el objetivo de derrocar la dictadura de Antonio López de Santa Anna; siendo ascendido al grado de coronel.
En 1857 decide unirse al bando de los conservadores y milita en estas fuerzas, abrazando su causa durante la Guerra de Reforma.
Durante la Segunda Intervención Francesa en México, haciendo a un lado la causa conservadora, participa en la defensa del territorio mexicano. Ante el avance de las tropas francesas hacia el centro de México, Negrete proclama su célebre frase: «Yo tengo Patria antes que Partido”. Su actitud patriótica, lo convierten en uno de los héroes de la batalla de Puebla del 5 de mayo: es el que repele al ejército francés en el Cerro de Loreto.
El General Negrete – como se ve – es un hombre que en el transcurso de su vida hace diversas lecturas históricas; que poco le interesa articularse a los círculos gobernantes, teniendo en el periodo de la República Restaurada todos los merecimientos para recibir las mieles del poder: ¡es un héroe de la patria! Pero él es un hombre distinto, de los pocos que existen en nuestra historia: actúa conforme a su conciencia y su espíritu vehemente lo lleva a ser un rebelde en búsqueda de justicia. Su condición de héroe – por esa rebeldía – sólo le sirve para salvar la vida: para ser conmutado por Diaz. Describamos la última parte de la gran historia de su vida.
Las controversias y desacuerdos con Juárez y Diaz, siendo Negrete ya un hombre maduro (de más de 40 años) lo llevan a buscar un marco ideológico congruente con su espíritu de justicia. Así en la sexta década del siglo XIX se adhiere y hace suyas las ideas anarquistas, traídas en México por el inmigrante de origen griego Plotino Constantino Rhodakanaty, quien llegó a México en febrero de 1861.
De la actividad ideológica y formativa de Rhodakanaty, quien crea en 1863 el «Grupo de Estudiantes Socialistas” y en 1865 “La Social” y “la Escuela del Rayo y el Socialismo”, en Chalco, surgen las primeras organizaciones y actores nutridos con una profunda vocación revolucionaria, como Francisco Zalacosta, Santiago Villanueva, Hermenegildo Villavicencio, Julio Chávez López y Alberto Santa Fe. Todos ellos atacados y combatidos por los gobiernos juarista y porfirista y en los que Zalacosta y Chávez López mueren heroicamente.
Entre la década de los sesenta y los ochenta, el General Negrete apoya decididamente a estos grupos anarquistas y mantiene los focos de la insurrección bajo los principios sustantivos de esta doctrina en las diferentes regiones y distritos de Puebla: en la Sierra Norte y de Tochimilco a Chiautla; extendiéndose los focos de esta rebelión hacía los Estados de México, Morelos y Guerrero. Entre 1868 y 1890, “Negrete fue una fuerza poderosa en la enorme región montañosa que cruza los estados de Puebla, Morelos y Guerrero”.
El clímax de la actividad revolucionaria de Negrete se dio en 1886, cuando adhiriéndose al documento cúspide de la ideología agraria del siglo XIX, elaborado por el Coronel Alberto Santa Fe, “La Ley del Pueblo”, publica una proclama revolucionaria, en la que demandaba:
La libertad y la autonomía de los pueblos.
El municipio libre, que debería ser la unidad fundamental, política y económica de la nación.
La redistribución de las tierras en los municipios, para que éstos la repartieran individualmente a los campesinos o la mantuvieran en común, según lo que fuera común con la tradición local.
La fundación de bancos agrarios para propiciar los fondos necesarios para la irrigación, los implementos agrícolas y el desarrollo general.
A los trabajadores urbanos les prometía su apoyo para establecer el sistema de cooperativas, sociedades mutualistas, salarios más altos y mejores condiciones de trabajo7.
En 1887, derivado de su encarcelamiento y de una enfermedad que los postra en cama, el General Miguel Negrete abandona la lucha revolucionaria y muere diez años después. La historia oficial ha mantenido en el olvido los méritos patrióticos del General Negrete y la lucha revolucionaria de él y de los anarquistas de la segunda mitad del siglo XIX; pero su legado se convirtió en una de las savias fundamentales que nutrieron el movimiento agrario zapatista. Debo añadir – dado estos antecedentes – que de ningún modo es circunstancial las simpatías de la principal corriente anarquista del siglo XX: el magonismo y la adhesión de intelectuales de la talla de Antonio Diaz Soto y Gama a la lucha agraria encauzada por Emiliano Zapata.
Es el periódico Regeneración el primero en resaltar el movimiento campesino en los pueblos de Sur de Morelos e informa sobre la incursión en Chiautla en abril de 1911, dando una versión distinta a lo publicado por "El Imparcial", que se refirió a los zapatistas como una horda de delincuentes que saquearon la tienda "La Constancia"; días después este periódico porfirista le impuso el mote de "Atila del Sur" a Zapata.

La simpatía de Regeneración fue permanente, en junio de 1916, reivindica la siguiente proclama de Zapata, que lo muestra ya como un revolucionario maduro en sus ideales y en sus alcances, rebasando el ámbito local y manifestándose en contra de los que poseían nuestra riqueza petrolera:
“Y la lucha sigue: de un lado los acaparadores de tierras, los ladrones de montes y aguas, los que todo lo monopolizan, desde el ganado hasta el petróleo; y de otro, los campesinos despojados de sus heredades, la gran multitud de los que tienen agravios e injusticias que vengar, los que han sido robados en su jornal o en sus intereses, los que fueron arrojados de sus campos y de sus chozas por la codicia del gran señor, y que quieren recobrar lo que es suyo”
La rebelión de 1903 narrada por Gilberto Bosques
Chiautla fue durante todo el siglo XIX un pueblo indómito: se reconoce su participación en las dos grandes revoluciones sociales de México, la de 1810 y la de 1910. Hay un episodio histórico que poco se conoce y que lo narra don Gilberto Bosques Saldívar, oriundo de la Villa de Chiautla de Tapia y quien nace en esta tierra candente (advocada al Sol) en julio de 1892 . Hago sólo una brevísima reseña:
Fue en el amanecer de un 3 de mayo de 1903…”cuando el estampido de las balas se confundió con el primer tronar de los cohetes que inauguraban la celebración religiosa de la Santa Cruz”.
“Don Jesús Morales Ríos, a la cabeza de los insurgentes y al grito de ¡Muera el mal gobierno! ¡Viva Chiautla! ¡Viva la libertad!, atacó a la guardia de la cárcel en el fondo del portal. Allí cayó muerto de bala en el corazón. A pocos pasos de la reja carcelaria murió el alcalde Librado García Millán. De cara al cuartel de los rurales murió Amado Sánchez, lugarteniente de don Jesús Morales. El caballo bayo que montaba aquel muchacho serio, cabal, callado y valeroso, murió junto a su jinete. Tres de los compañeros de Amado quedaron con él, sin vida”…
Allá, en la tierra caliente con noches de obsidiana traslúcida, los revolucionarios anónimos se encontraron cara a cara con la muerte”…
Así a una tierna edad, a los 11 años, nació la conciencia revolucionaria de un hombre ejemplar: don Gilberto Bosques Saldívar.

1 Carlos Barreto Zamudio. “El Plan de Jonacatepec (1870). La rebelión de los porfiristas en el nacimiento del estado de Morelos”, en la “Revolución por escrito”, p. 69 (Documento en internet).
2Ibidem, p. 69
3 Tomado del “Capítulo V Surgimiento del Estado de Morelos. Comienza la persecución de bandidos en gran escala”. ITAM. (Documento en internet).
4 Carlos Barreto Zamudio. Op. Cit., p. 67
5 John M. Hart. “Miguel Negrete. La Epopeya de un Revolucionario. Universidad de Houston, p. 71 (Documento en internet).
7Ibidem, p. 89.
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