Gildardo Cilia, Alberto Equihua, Guillermo Saldaña, Arturo Urióstegui y Eduardo Esquivel
Las comparaciones odiosas
Citemos al Quijote: “Y es posible que vuestra merced no sabe que las comparaciones que se hacen de ingenio a ingenio, de valor a valor, de hermosura a hermosura y de linaje a linaje son siempre odiosas y mal recebidas". Casi imposible contradecir a Cervantes, sobre todo cuando nos referimos a personas que han vivido en distinto tiempo, o cuando tratamos de juzgar valores o virtudes, o cuando no existe ningún elemento objetivo que nos permita comparar porque las personas o las cosas son disímbolas o incluso opuesta.
No siempre es aplicable la frase proverbial. En economía las comparaciones son necesarias, ayudan a mejorar y a crecer, a encontrar y a medir diferencias, a identificar fortalezas y debilidades y a encontrar ejemplos de lo que se debe o no hacer; es decir, a confirmar, desechar o reformular hipótesis o teorías a partir de las experiencias.
Lewis Carroll en su magnífico relativismo expresa: “No puedo volver al ayer, porque ya soy una persona diferente". Las personas cambian, cierto, pero recordar y analizar el pasado resulta indispensable para enmendar el futuro. La aprensión del pasado nos permite dialécticamente forjar y vislumbrar un mejor porvenir, aunque antes o después no seamos esencialmente ya los mismos.
Desde luego, no todo se puede comparar y no siempre se puede recurrir al pasado de otros para no cometer en carne propia los mismos errores; incluso, muchas veces carece de sentido. En economía resulta ilusorio comparar a países con notables diferencias tanto en recursos, como en posibilidades; tampoco resulta adecuado acudir al pasado de otros, porque su ejemplo no resulta aplicable a nuestra realidad o entorno.
Mucho se debe aprender de la crisis pandémica. La ciencia económica es dinámica y se retroalimenta de las experiencias; empero, lo que deja mayor riqueza es la comparación entre más iguales. Resulta infructuoso e innecesario hacer ejercicios comparativos a partir de lo que no se tiene. Los países desarrollados cuentan con la capacidad de inyectar cuantiosos recursos para apoyar a su población y empresas; mismos que terminan por inyectar liquidez a los mercados financieros, lo que genera en medio de situaciones adversas cierto optimismo. Todo lo anterior evita que crezca el pánico, que por sí mismo nos podría llevar a un escenario más catastrófico.
Es importante ver cómo evoluciona el mundo, pero cuando queremos comparar a México con “potencias", como Estados Unidos, China, Japón o el Reino Unido, todo es en vano, además de no ser justo. En estos casos, sí, las comparaciones son odiosas, malas e incluso improcedentes. La forma de enfrentar una crisis siempre va a depender de los recursos con los que se cuentan y esto constituye una base diferencial entre los países: lo que es una realidad para unos es un espejismo para otros, que son los más.
Entre los miembros de la Ekonosphera no hay acuerdo, el Doctor Alberto Equihua ha insistido que todavía no es tiempo para hacer comparaciones, que aún falta mucho camino por recorrer y que las secuelas económicas de la crisis pandémica originada por el Covid-19 distan de concluir. Tiene razón. Sin embargo, existen ya ciertos datos y resultados que nos permiten hacer una primera evaluación sobre las diferentes estrategias adoptadas por países que presentan, económicamente, situaciones más homogéneas. Cuando la comparación es entre más iguales, la misma no resulta ociosa y es útil para ir valorando las acciones económicas instrumentadas, los aciertos y los sesgos; así como para ir dilucidado la aplicabilidad de lo que recomiendan los diferentes marcos teóricos en relación con los ciclos económicos; particularmente cuando se quiere superar una situación de crisis, como la que se vivió en 2020 y todavía estamos viviendo.
Brasil versus México
Tampoco valdría la pena comparar a la economía mexicana con economías aparentemente más débiles. Los tamaños importan, aun cuando los resultados pudieran indicar otra cosa. Costa Rica, un país con menor capacidad económica, siempre da la sorpresa y hay datos que asombran. El esfuerzo fiscal de ese país para mitigar los efectos sociales y económicos de la pandemia fue de 0.9% del Producto Interno Bruto (PIB) y se prevé una caída de 4.8%, una de las más bajas de Latinoamérica. El menor gasto ejercido está relacionado con un mayor equilibrio social en el ingreso nacional. Costa Rica, conforme al Banco Mundial, es un país de ingreso medio alto y con una de las tasas de menor pobreza de América Latina. Antes de la crisis pandémica había experimentado 25 años de crecimiento sostenido; lo que ha derivado en una gran estabilidad política y social, con importantes beneficios para la población. Su salario mínimo, por ejemplo, en 2020, fue el más alto de América Latina, 543 dólares mensuales, 2.7 veces más que el de México y 2.1 veces arriba que el de Brasil.
En sentido contrario se encuentra la economía peruana. El Perú había tenido un destacado desempeño económico en los últimos cinco años previos a la pandemia. Durante la crisis sanitaria hizo una derrama importante de recursos, de modo que el esfuerzo fiscal representó, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), 6% de su PIB y se estima un desplome del PIB de 12.9%. Es importante señalar que el caso de este país existe una crisis política que empañó la estrategia económica frente a la crisis.
Existen otros gobiernos que erogaron importantes recursos, sin que se produjera un efecto anticíclico; en su caso sólo sirvieron para contener un descenso más abrupto en los niveles de actividad económica. No existe todavía una evaluación rigurosa del esfuerzo fiscal, pero pareciera que a 9 meses del inicio de la crisis pandémica, existe cierta asfixia económica de los gobiernos; tornándose esta en una limitante para contener el deterioro de las condiciones de vida de sus habitantes y para impulsar a la economía.
Costa Rica es un ejemplo claro de que poco importa el tamaño de las economías para alcanzar resultados cualitativos; pero son justamente esos contrastes lo que impiden hacer un adecuado análisis comparativo con respecto a México. En el momento del impacto de la crisis pandémica Costa Rica era un país exitoso, México no; por lo tanto, aun cuando se hayan instrumentado en ambos países políticas prudenciales de gasto, los resultados iban a ser distintos. El esfuerzo fiscal de México fue de 1.1% del PIB, dos décimas de punto porcentuales más que el de Costa Rica y la caída del PIB se estima en 9%, 4 puntos más que el país centroamericano. Si comparáramos a México con Perú, los resultados son favorables para nuestro país, pero la dimensión de los problemas es claramente distinta; aun cuando en este caso, sí hubo una estrategia diferenciada, porque el país inca fue uno de los que erogó mayores recursos en la crisis pandémica a nivel latinoamericano.
Por las dimensiones de las economías y por la adopción de estrategias contrastantes, concebimos que resulta más razonable efectuar un análisis comparativo con Brasil. Evaluemos primero los tamaños.
1. Brasil es la economía de mayor tamaño de Latinoamérica, siguiéndole en orden de importancia México. En 2019, año previo a la crisis, el valor del PIB del país sudamericano fue de 1.8 billones de dólares; en tanto que el de México ascendió a 1.3. Muy por debajo, en un tercer lugar, se encuentra Argentina con 0.4 billones de dólares.
Brasil aportó 33% del PIB de Latinoamérica; en tanto que México 27%. Con respecto al PIB mundial, lógicamente los números se reducen: Brasil contribuyó con 2.4% y México con1.6%.
2. Si se toma en cuenta el PIB per cápita, el de México es mejor que el de Brasil: 9,863.1 dólares frente a 8,717.2 dólares. La población en México es de alrededor de 127 millones de habitantes, en tanto que la de Brasil oscila en 212 millones. El PIB per cápita de ambos países es mediocre si se compara con el de economías de menor tamaño de la región. El de Costa Rica, por ejemplo, fue en 2019 de 12,238.4 dólares.
3. De acuerdo con la medición de la pobreza del Banco Mundial, 6.5% de la población de Brasil obtiene ingresos inferiores a 1.9 dólares diarios (pobreza extrema) y 24.7% percibe menos de 5.5 dólares diarios (pobreza). En México, la población en pobreza extrema alcanza un índice de 3.3% y la que se encuentra en pobreza de 25.4%.
Conforme a la metodología del Banco Mundial, hay 54 millones de pobres en Brasil. En el caso de México, con la metodología más robusta del CONEVAL, se estima que el número de pobres asciende a 53 millones de personas y lo más probable es que de aplicarse una metodología similar en Brasil, el número crecería significativamente. Sin entrar en especulaciones, es evidente que ambos países presentan enormes rezagos en materia de bienestar social y que inevitablemente, con el choque de la crisis pandémica, iba a ser indispensable destinar cuantiosos recursos a millones de personas ubicadas en niveles de pobreza o pobreza extrema.
4. A los problemas relacionados con el crecimiento económico y el deterioro de la calidad de vida, hay que agregar una depredación en ambos países del capital natural. Existiendo una mayor responsabilidad del Gobierno de Brasil a nivel planetario, porque la Amazonia es el principal pulmón del mundo. El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro ha mostrado con enojo su desacuerdo y reticencia cuando se habla de la degradación ecológica por los procesos invasivos de actividades económicas que dañan a millones de hectáreas de la selva amazónica.
En ambos países por la biodiversidad y riqueza de los recursos naturales, resulta imprescindible resarcir daños e instrumentar en forma fehaciente estrategias ambientales; de no hacerlo, no sólo Brasil y México, también el planeta lo resentirá.
Estrategias y fases
Ha de ser extremadamente complejo para un organismo como la CEPAL coadyuvar con ideas y propuestas al desarrollo económico de los 33 países de la región. De frontera a frontera hay realidades disímiles, con gobiernos que de acuerdo con las peculiaridades de los países asumen estrategias específicas para propiciar su desarrollo.
Todavía así, el organismo dio origen a una escuela propia sustentada en la pertinencia de la industrialización de las economías latinoamericanas, mediante la sustitución de importaciones, del desarrollo hacia adentro; en la que prevalece más la idea de proteger el crecimiento de las industrias nacionales. La escuela cepalina tuvo gran importancia durante los años cincuenta, sesenta y setenta del siglo pasado. En los años ochenta - también de ese siglo - por voluntad propia, por necesidad u obligados por las circunstancias, la mayoría de los países de la región modificaron su estrategia de desarrollo económico, orientándola hacia el exterior mediante la liberalización del mercado y la apertura a la inversión extranjera; además, claro está, de una mayor racionalización en la intervención del Estado y de un manejo más prudencial en las finanzas públicas.
La ciencia económica es dinámica, por lo que los marcos de referencia, ideas y propuestas también lo son. Es posible que exista parte de razón en los señalamientos que hacen las diferentes escuelas y teorías económicas, incluyendo entre ellas las que se han centrado en el desarrollo regional, como la cepalina, con su teoría de la dependencia, y desde luego, las más universales como la neokeynesiana o la neoliberal.
Aun cuando son indeseables las crisis económicas, más cuando se derivan de una pandemia, siempre es importante evaluar las estrategias en cuanto a sus resultados. Incluso, la propuesta metodológica de análisis resulta interesante, distinguiéndose en la crisis pandémica, al menos, cuatro fases.
Primera fase: confinamiento y medidas emergentes.
Ante la crisis sanitaria y para evitar, en lo más posible, el contagio geométrico de la enfermedad originado por el virus, los gobiernos de los países impusieron un confinamiento generalizado; lo que generó un shock impensable en las economías: “un apagón repentino”. Incluso ahora, ante la negativa de algunos países de volver al confinamiento por el rebrote de la pandemia y la aparición de una o nuevas cepas, se discute si la medida fue la más apropiada. Hay quien cree que se sobredimensionó, que bajar abruptamente el switch económico generó costos económicos y sociales mayores a los que originaba la propia enfermedad; lo cierto es que la salud no tiene precio y que amortiguar tragedias evita daños mayores. Una sociedad enferma es una sociedad sin futuro.
Con el afán de minimizar los efectos de la parálisis, casi todos los gobiernos anunciaron una enorme inyección de recursos. La caracterización de la crisis en el que se conjuga un choque tanto en la oferta como en la demanda hacía prever que se iba a experimentar una de las peores depresiones en el mundo, sólo comparable con la Gran Recesión de los años treinta del siglo XX. Bajo estas circunstancias el “dogma” de mantener el equilibrio fiscal, es decir, la de no incurrir en gastos por encima o fuera del presupuesto quedó casi descartado, incluso para organismos conservadores como el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Los programas emergentes de los países básicamente se desglosaron en tres grandes rubros:
1. Asignar recursos al sector salud para que pudiera atender la emergencia sanitaria. La estrategia coincidente en muchos países fue en lo más posible aplanar la curva epidemiológica para impedir que la atención hospitalaria fuese rebasada; mientras tanto era necesaria una reconversión hospitalaria.
2. Proveer de “alivio” a los hogares, principalmente, a aquellos más vulnerables, mediante la transferencia directa de apoyos o subsidios.
3. Proteger a las firmas o a la planta productiva que le dan empleo a la fuerza laboral, para evitar despidos masivos.
Atender los tres aspectos significó un gran esfuerzo fiscal. De acuerdo con estimaciones del FMI, los estímulos han sido del orden de 11.7 billones de dólares, lo que representa alrededor de 12% del PIB mundial. La mayor parte de estos recursos lo han erogado los países desarrollados y las principales economías emergentes. Se estima que en las economías avanzadas, en conjunto, los montos por las medidas fiscales han representado 20% de su PIB; en tanto que los países emergentes o de ingresos medios las cifras representan entre 3 y 6%.
Las diferencias en la respuesta fiscal, desde luego, tiene que ver con las capacidades de los países para sostener su política de estímulos, en las que se deben de tomar en cuenta dos elementos:
1. La sostenibilidad o autosuficiencia fiscal.
2. El acceso a fuentes de financiamiento internas y externas en términos y condiciones adecuadas.
Se concibe que el análisis conjunto de la autosuficiencia fiscal y de la capacidad de endeudamiento, sirve para establecer una estrategia no sólo de atención inmediata, sino de largo plazo. Más cuando el factor de la parálisis económica responde a un problema sanitario, cuya solución depende no sólo de encontrar una fórmula exitosa de inmunidad, sino de su aplicación masiva.
De acuerdo con la matriz de la CEPAL, Brasil instrumentó líneas de crédito para las micro, pequeñas y medianas empresas; canalizó recursos para proteger el ingreso y los niveles de bienestar de grupos vulnerables e inyectó recursos a las firmas, sin importar su magnitud. El programa incluyó un esquema de compensación en las nóminas a efecto de que las empresas pudieran reducir el salario y los honorarios de los trabajadores para preservar el mayor número de empleos. Esto posibilitó que las empresas pudieran reducir por tres meses hasta el 70%, de los salarios, cubriendo el Estado este faltante de ingresos a los trabajadores.
La ayuda a 68 millones de desempleados, trabajadores informales y pobres con una asignación inicial de 600 reales (alrededor de 115 dólares), constituyó uno de los programas más generosos del mundo. El número de beneficiarios significó un tercio de la población brasileña y según la fundación Getulio Vargas esta ayuda sacó de la pobreza a 12.8 millones de personas (los que viven con menos de 5.5 dólares al día) y a 8.8 millones de la pobreza extrema (los que perciben menos de 1.90 dólares al día).
En la danza de cifras, se estima que las medidas discrecionales de Brasil para enfrentar la crisis pandémica fueron extraordinarias, erogando 8.5% de su PIB; sólo el auxilio a los pobres significó una cifra de 45 mil millones de dólares. El esfuerzo fiscal de Brasil se compara con el de algunos países desarrollados, es más de 2 veces que el promedio de América Latina (3.9%) y 8 veces mayor que el de México.
México sorprendió al mundo y a la región con una estrategia distinta. La matriz de la CEPAL indica que México si fortaleció su sistema sanitario; también otorgó líneas de crédito para las micro, pequeñas y medianas empresas; canalizó recursos para la población desprotegida y pensionados, particularmente, ancianos; destinó recursos para apoyar infraestructura y vivienda; empero, a diferencia de otros países emergentes, no inyectó recursos a las grandes empresas.
La pandemia no modificó la estrategia de austeridad del Gobierno mexicano, se estima que es una de las economías emergentes con menor esfuerzo fiscal: sólo destino el 1.1% de su PIB. Se mantuvo incólume la idea de preservar en lo más posible el equilibrio fiscal y no contratar más deuda y se utilizaron fondos que se mantenían reservados para otros fines, como los catastróficos. La estrategia restrictiva parecía no contemplar la gravedad del choque económico.
En esta primera etapa, el Gobierno de México fue severamente criticado en tres sentidos:
1. Que mantener la austeridad llevaba al país a un sobreajuste de la demanda y el consumo, por lo que las posibilidades de crecimiento prácticamente quedaban nulificadas una vez que se volviera a la normalidad, estimándose un periodo de tres meses para ello.
2. Que la estrategia iba a provocar el cierre de innumerables empresas y la pérdida de millones de empleos.
3. Que el deterioro financiero de cualquier forma iba a ser irreversible ante el deterioro de la actividad económica; es decir, que aun cuando no se recurriera a más deuda, la relación deuda pública a PIB iba a aumentar por la depresión económica
Dentro de las tesis argumentativas, vale la pena señalar que como un efecto de corto plazo, las erogaciones fiscales si fueron un factor de contención del declive económico en el segundo trimestre del año. En el caso de Brasil el escenario a junio indicaba una caída de 9% reduciéndose el pronóstico para fin de año a 5.8%. En México la tasa de decaimiento varió de 10.5% a 9%.
Segunda fase: de reflexión
El elemento más importante de esta fase tiene que ver con una asimilación distinta al entorno proyectado, que se deriva del hecho de que el pronóstico de duración de la pandemia había sido rebasado. China, en donde se originó la pandemia, había menguado la crudeza de los contagios en un periodo 3 o 4 meses y parecía que esa tendencia iba a permanecer en el resto del mundo. El virus “no tuvo palabra de honor” y claramente no fue así. La mayor duración alertó a los gobiernos, llegándose a la conclusión que el hoyo financiero iba a ser mayor al esperado, o bien, que no iba a ser posible sostener el ritmo de gasto contemplado en los paquetes emergentes.
Esta etapa es compleja para los que ocupan los principales puestos de las Secretarías de Hacienda o Economía y de los bancos centrales, por dos razones:
1. Tienen que convencer a los que presiden los gobiernos de los Estados sobre la necesidad de moderar las estrategias de expansión del gasto, que traen bonos políticos que parecen irrenunciables. El esfuerzo fiscal en Brasil redundó en un crecimiento inusitado de la popularidad del presidente Bolsonaro. El ministro de Economía, Paulo Guedes, lo declaró públicamente: “no se puede seguir por mucho tiempo así”. Ha de ser muy difícil para un economista de corte liberal asumir decisiones keynesianas y llevar más allá del borde de las posibilidades económicas a su país.
México no estuvo fuera de los debates. La astringencia financiera hizo que se buscaran hasta “por debajo de las piedras” fuentes y fondos de financiamiento más sanas que el endeudamiento externo e interno y la emisión monetaria. En los intentos del Gobierno, hubo una defensa razonada sobre la autonomía del Banco de México, particularmente cuando se quiso echar mano del superávit operativo del banco central, originado por la depreciación cambiaria. La polémica continuó cuando convenientemente se encontró otra fórmula de financiamiento con la extinción de fideicomisos públicos, que se consideraba no cumplían con los fines para los que fueron creado, por ser ineficientes administrativamente o por mantener ociosos los recursos.
El Gobierno mexicano mantuvo férrea su posición de tratar de no gastar más de lo que podía y de no recurrir a expedientes de deuda; ello, pese a las fuertes críticas externas o internas de expandir el gasto. Muchos propusieron recurrir a la línea de crédito “abundante y barata" de 61 mil millones de dólares con el FMI y otros incluso consideraron como viable el financiamiento directo con el Banco de México. A las dos propuestas se hizo “oídos sordos”: la primera porque se consideraba que comprometía el futuro económico del país, además de existir incertidumbre en el mercado cambiario y de capitales; la segunda por ser simplemente una ocurrencia, dada la prohibición estricta en la Ley del Banco de México.
Tampoco se modificó la política fiscal, al menos no en el sentido ortodoxo de lo que se concibe como una reforma fiscal. No hubo incrementos en el Impuesto al Valor Agregado (IVA) o en el Impuesto Sobre la Renta (ISR), tampoco se osó a imponer IVA en alimentos y medicinas. Se actuó, sí, cobrando impuestos rezagados no cubiertos, no condonando adeudos y evitando la evasión fiscal. Pese a la pandemia hubo un incremento en la recaudación fiscal y de adeudos anteriores. Se estima que la recaudación fiscal sume 4 billones de pesos en 2020 y que la recaudación por actos de fiscalización sea de más de 200 mil millones de pesos. Oxígeno puro en plena crisis pandémica.
2. Aun cuando parezca intrascendente, no se puede dejar de señalar la necesidad de concientizar a los diferentes sectores económicos y a la población, en general. Siempre es bueno subrayar que los apoyos extraordinarios son temporales. Las políticas fiscales son difíciles de revertir y ante la necesidad de disminuir o eliminar apoyos puede generar descontento o incluso una alteración del orden social. El caso de Brasil es muy representativo, en plena crisis pandémica los beneficiados disminuyeron sus niveles de pobreza. ¿Cómo decirles que ya no se puede más, que sus niveles de ingreso van a regresar al pasado?
Tercera fase: la de transición y el recuento de daños.
Siempre es bueno comparar entre lo que se suponía iba a pasar y lo que efectivamente sucede. La caracterización de esta fase era la siguiente:
1. En la medida de que la luz de semáforo epidemiológico se tornase menos drástica, se requería volver a una “nueva normalidad”. Este periodo es de transición y diversos sectores pasan del rubro de actividades no esenciales a esenciales, retornando a la actividad económica.
2. Que los gobiernos debían continuar con medidas de salud pública, facilitando recursos para la atención y seguimiento de casos; y sumándose a proyectos factibles de investigación de medicamentos y vacunas contra el virus. También resultaba indispensable realizar una previsión de fondos para, en su oportunidad, adquirir las dosis de vacunas que se requirieran, a efecto de dar una solución más definitiva al mal pandémico.
3. Que se tenía que hacer una revisión de los recursos extraordinarios, lo que implicaba hacer un ajuste, disminuyendo la transferencia hacia aquellas personas y empresas que iban a retornar a la actividad económica o a la nueva normalidad. En teoría esto significaba una despresurización de la carga fiscal de los gobiernos e idealmente se tendría que pensar que no debería existir tensión social alguna.
Hay que reiterar, eliminar o reducir subsidios de tajo no es fácil: después de haber erogado cuantiosos recursos en auxilio a los pobres; subsidiado el pago por servicios públicos básicos; absorbido una porción de los costos de las empresas (es el caso de la nominas); o, de haber eximido impuestos en forma generalizada, las arcas están exhaustas; por lo que, sin importar el costo político, se tiene que decir: ¡ya no se puede más!
Siguiendo el guion, aun cuando la curva pandémica no había descendido del todo, las economías del mundo reabrieron actividades en julio de 2020 y en casi todos los países del orbe durante el tercer trimestre se registró un importante repunte de la actividad económica. El crecimiento trimestral de Brasil fue de 7.7% y el de México fue de 12.1%. El efecto combinado de los trimestres anteriores, particularmente del segundo, en donde la caída de México fue más pronunciada (17.1% vs 9.7%) movieron los momios a favor del país sudamericano. De acuerdo con el FMI, México en 2020 caerá 9%, mientras que el país sudamericano 5.8%.
En 1958, el economista William Phillips, mediante un análisis estadístico consistente, de casi 100 años, demostró que había una correlación negativa entre la tasa de desempleo y la variación de los salarios en la economía británica. La curva de Phillips, haciéndola extensiva nos llevaría a la conclusión que podría existir una relación inversa entre estabilidad y crecimiento económico. La ciencia económica perdería cierta racionalidad, llevaría al dilema de elegir entre lo uno y lo otro. Diantres: ¿por qué no las dos cosas: crecimiento con estabilidad?
La crisis pandémica, condujo a los países emergentes a esa elección y en ese sentido los estragos fueron profundos para la economía brasileña. Cierto, la crítica era consistente, ante la depresión económica, toda relación que tuviera como denominador al PIB iba a crecer; pero como no pensar que los cocientes podían aumentar con incrementos en el numerador y sorprendentemente, cuando al mismo tiempo creciera el numerador y disminuyera el denominador. La deuda pública con respecto al PIB se estima se situará en México en 53.6%, 8.5 porcentuales más con respecto al inicio del año y se prevé un déficit primario (ingreso menos gasto, excluyendo intereses) de 0.4% con respecto al PIB. Según proyecciones oficiales, en Brasil, la relación deuda a PIB subió de 75.8% en diciembre de 2019, a 90.7% en el tercer trimestre de 2020 y podría cerrar en 96% al finalizar el año; en tanto que el déficit primario se sitúa ya en un preocupante 13% con respecto al PIB.
Ante la austeridad instrumentada, México no tenía por qué hacer grandes cambios, Brasil, sí. Más allá de que el gobierno mexicano continuó con sus inversiones estratégicas (todas por cierto cuestionadas) se continuó tratando de mantener el equilibrio fiscal y se redoblaron los esfuerzos por incrementar los ingresos tributarios, corrigiendo situaciones anómalas: cobrando adeudos no cubiertos de ejercicios anteriores y actuando en contra de la simulación y la sobrefacturación.
En Brasil la asignación de auxilio para los pobres (alrededor de 115 dólares diarios) sólo se redujo a la mitad hasta septiembre, ampliando a 13 mil millones de dólares lo inicialmente presupuestado. Para que se tenga una idea, sólo ese gasto podría ser equiparable a todo el esfuerzo fiscal de México (alrededor de 14 mil millones de dólares, si se toma en cuenta el 1.1% sobre el PIB de 2019).
¡Ah!, pero hay un grave problema tanto para la hormiga como para la cigarra, cuando parecía que todo se había normalizado, “el bicho inmisericorde volvió a atacar” y ante el rebrote y la aparición de nuevas cepas, parece que el mundo de nueva cuenta se vuelve a paralizar.
Cuarta fase: la postpandemia
La fase de la postpandemia es la más anhelada, primero, porque daría fin a lo que más duele: la muerte de miles de personas; y segundo, porque llevaría a un regreso total a la normalidad, conllevando a la reactivación económica y a la recuperación de empleos. Esa es la esperanza del conjunto de la sociedad; también los gobiernos desean que concluya “el tormento fiscal”, pero va a resultar complejo. Veamos;
1. La crisis afectó a la actividad de gran parte de los sectores y ramas productivas de los países; puso “en cuarentena” a los ingresos y a las utilidades de trabajadores y empresas; presionó sobre los niveles de pobreza; pero también puso en una posición endeble a las finanzas públicas de los gobiernos que trataron de resarcir esos males. Así se genera una especie de yuxtaposición: por un lado, se requiere de cuantiosos recursos para reconstituir la actividad económica y social; y, por otro lado, se requiere de una recomposición de la situación fiscal.
2. La yuxtaposición es un verdadero problema, alentar el crecimiento y la equidad, en medio de la asfixia de los Gobiernos implicaría, de una vez por todas, hacer lo que se debió haber hecho hace mucho tiempo: reasignar en forma eficiente el gasto público; eliminar gastos superfluos; reducir los canales de filtración en los sistemas de transferencias y subsidios y combatir a la corrupción en las compras públicas y en la asignación de contratos. En América Latina la corrupción y las ineficiencias del gasto público representan en promedio el 4.4% del PIB regional. https://blogs.iadb.org/gestion-fiscal/es/politica-y-gestion-fiscal-durante-la-pandemia-y-la-post-pandemia-en-america-latina-y-el-caribe/
Todos coinciden que el rumbo del crecimiento económico depende inicialmente de dos factores: 1) de la efectividad de las vacunas (más cuando se han descubierto nuevas cepas) y 2) de la aplicación masiva de las vacunas. México se prepara para la aplicación universal y gratuita y al parecer en Brasil existen importantes rezagos. Más allá de estos supuestos, la economía brasileña parece exhausta, el propio presidente Bolsonaro lo ha expresado: “los subsidios deben cortarse, Brasil no aguanta más la presión de su déficit y su deuda”. Ante el agobio, el FMI proyecta que para 2021 la economía brasileña sólo crecerá 2.8%; pero a la hormiga no le va a ir del todo bien, pronostica que México crecerá 3.5%.
¿Cómo está México?
Más optimistas, internamente la Secretaria de Hacienda y Crédito Público (SHCP) estima un crecimiento económico para 2021 de 4.6% y una institución más conservadora, el Banco de México, calcula que la economía mexicana podría crecer en 5.3%. Los pronósticos no se centran sólo en la aplicación de la vacuna, sino en el hecho de que México enfrenta los retos para reactivar la economía con ciertas fortalezas:
• Los números muestran que el daño de la crisis no erosionó de manera impactante los equilibrios fiscales básicos: “a noviembre se registró un superávit primario de 153.5 mil millones de pesos” y aun cuando se tenga un cierre preliminar de un déficit primario de 0.4% con respecto al PIB, dicho índice es irrelevante. (“Finanzas Públicas y Deuda Pública a noviembre de 2020”. SHCP).
• No hubo un endeudamiento superior al autorizado por el “Congreso de la Unión”, es decir, se mantiene intacta la línea de crédito con el FMI por 61 mil millones de dólares y la línea swap con la Reserva Federal de los Estados Unidos hasta por 60 mil millones de dólares que garantiza liquidez en dólares sin costo. No se quiere decir que se deban utilizar estos recursos, pero esto debería elevar el nivel de confianza hacia nuestra economía. ¿Este contexto no debería ser importante para la calificación crediticia de México?
• Las reservas internacionales por más de 195 mil millones de dólares a diciembre de 2020, es la mayor cifra en un lustro.
• Se ha emprendido una estrategia congruente de disminución en las tasas de interés y se continúa manteniendo dicha estrategia, con la idea de reducir la tasa de referencia y llevarla a 4%.
• Ha habido una revaluación del peso. Después de que en abril se alcanzó un máximo histórico de 25.7949 pesos por dólar, el tipo de cambio hoy ronda en menos de 20 pesos por dólar.
• Se cuenta con un tratado de libre comercio con Estados Unidos y Canadá (T-MEC), que sin duda es un aliciente para integrar nuestra economía a la expansión económica y comercial regional, en un plano que sigue siendo ambicioso.
Sin duda, también existen debilidades, pero más allá de los antagonismos políticos, lo más deseable para todos es que a México le vaya bien. ¿No creen?
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