Gildardo Cilia López

“Toda forma de desprecio, si interviene en política, prepara o instaura el fascismo”, Albert Camus.
La asamblea popular convocada por Claudia Sheinbaum tuvo un significado trascendente: hizo evidente que cuenta con el apoyo popular para defender la libertad, la independencia y la soberanía de la nación. Se le quiere ver como un acto demagógico, pero no es así, el artículo 39 de nuestra Constitución Política es claro y contundente: “La soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste…” Se requiere, entonces, de la fuerza vibrante del pueblo para mantener al país libre de todo injerencismo; más si se considera que nuestra soberanía es el resultado de una gesta histórica: dolorosa, sí, porque se fragmentó nuestro vasto territorio; pero ejemplar porque hemos sabido construir una nación solidaria, sustentada ahora en un pacto social de avanzada. Hoy en nuestra República se privilegia a la justicia social, contando con el común acuerdo de todas las clases sociales.
Hay grupos reducidos que parecen oponerse a los eventos en las plazas públicas, sin entender que es ahí donde se forjan los cimientos para tener una democracia participativa. La convocatoria era y seguirá siendo necesaria; quien preside ahora el gobierno de los Estados Unidos quiere imponer un nuevo orden internacional a partir de vectores rupestres: expansionismo, colonialismo, supremacismo y proteccionismo. Trump es un ser visceral: no busca convencer, sino someter; por eso, día a día, es necesario expresar con el clamor popular nuestra voluntad de ser libres.
Lo que se vive empieza a ser patético: la idea de apropiarse de vastos territorios y de repartirse el orbe (ojalá y sólo fuera una broma estúpida, pero no lo es); así como la de mantener el liderazgo mundial con una estrategia proteccionista están llevando al mundo a un caos mayúsculo. Todo parece preocupante: las alianzas se han roto y ahora nada parece detener el rearme de las potencias europeas; China ha advertido (no aceptando intimidaciones) que está dispuesto a afrontar cualquier tipo de guerra con Estados Unidos; internamente Trump ha iniciado un fase de represión antes inimaginable hacia sus detractores y opositores (fascismo puro); y la incertidumbre ha traído un caos económico impredecible. Tienen razón los analistas de Estados Unidos: “Trump sólo ha traído un montón de costos y un montón de caos”.
La estupidez se hace cotidiana: Trump ha insistido en diferentes ocasiones que no le interesa que Estados Unidos caiga en recesión e inflación como consecuencia de los aranceles que pretende imponer al mundo. Es el peor de los contextos porque hará a sus ciudadanos más pobres; además, un escenario así hace que los mercados se tornen ansiosos, decayendo ante el pesimismo: este lunes el Nasdaq registró su peor caída desde septiembre de 2022, con una baja de 4 por ciento; el S&P declinó 2.7 por ciento y el DJ descendió 2.08 por ciento. Para hacer evidente el daño autoinfligido basta señalar que la empresa Tesla propiedad de Elon Musk (el multimillonario aliado y gurú de Trump) registró un desplome de 15 por ciento. Las empresas tecnológicas Nvidia, Apple, Alphabet, Meta y Tesla sumaron pérdida por 125 mil millones de dólares en sólo un día.
Según estimaciones, el PIB de Estados Unidos en el primer trimestre de 2025 podría decaer en 2.4 por ciento y su índice de precio situares por arriba de 3 por ciento. La mente afiebrada de Trump como bien lo señala Ernesto O’ Farill en su columna de El Financiero “está tirando a los mercado y a la economía del mundo en su conjunto”.
Estamos ante el peor de los escenarios: los indicadores básicos de la economía norteamericana se mueven negativamente y sus efectos nocivos se resentirán en todo el orbe, siendo menos dañinos en aquellos países que le den prioridad al crecimiento de su mercado interno. Los ajustes globales provocados por la torpeza del presidente de Estados Unidos parece que se van a resentir menos en China que en el resto del mundo; en ese país se sigue estimando una tasa de crecimiento de 5 por ciento para 2025. Justo, por eso, poco se duda sobre quién va a ser el ganador de la guerra comercial, que inevitablemente se extenderá por todo el planeta. La fortaleza endógena del país asiático es envidiable, lo que le permitirá un mejor control de daños.
La presidenta de México no quita el dedo del renglón, en la asamblea popular reiteró la necesidad de fortalecer a la economía mexicana a partir de cinco ejes básicos que vale la pena enunciar:
1. Aumentar el salario mínimo y bienestar para reforzar el mercado interno.
2. Ampliar la autosuficiencia en alimentos básicos y energéticos.
3. Promover inversión pública para crear nuevos empleos.
4. Impulsar la producción nacional con el Plan México.
5. Consolidar programas para el Bienestar.
La estrategia es importante porque contraviene lo que conciben economistas y políticos medrosos: que nuestra economía va a hacer crac por ser extremadamente dependiente de la de Estados Unidos. Debe decirse que incluso con la imposición de aranceles el intercambio comercial continuará porque se trata de economías interdependientes; en su caso, el flujo de mercancías descenderá por el daño que le inflige Trump a su propio país; eso es lo más inconcebible: que poco le interese que su país caiga en estanflación. Si, además, mantuviera su decisión de aplicar tarifas comerciales de 25 por ciento o más a México y Canadá, también habría rupturas en las cadenas de suministro y de valor, lo que haría en el corto plazo menos competitivas a las industrias de la región de Norteamérica.
No estaremos, pues, exentos de daños; pero éstos serían incuantificables si no catapultamos a nuestro mercado interno y a las dos grandes variables macroeconómicas que amortiguarían el efecto nocivo del menor intercambio comercial con Estados Unidos: el consumo y la inversión. De hecho así ha sido antes y en este mismo momento: es cierto que hemos exportado más, pero la balanza comercial de bienes y servicios sigue siendo negativa o apenas positiva. Es decir, la diferencia entre lo que se exporta y lo que se importa no contribuye positivamente en el Producto Interno Bruto (PIB); en su caso, la relevancia del modelo proexportador radica más en la captación de inversión foránea; aun así – y la evidencia empírica así lo indica – el efecto multiplicador de este modelo ha sido mediocre, alcanzándose apenas en los últimos 30 años una tasa de crecimiento de 2 por ciento promedio anual.

México ha avanzado en la consolidación de su mercado interno: en el último año las remuneraciones salariales incrementaron su participación en el PIB en 1.5 puntos porcentuales, al pasar de 28.3% a 29.8%; asimismo, el presupuesto público cada vez es más del pueblo, se prevé que los apoyos sociales aumentarán hasta representar casi 3 por ciento del PIB en el próximo año. La construcción de infraestructura y de viviendas apuntalarán el objetivo de alcanzar una tasa de crecimiento de 2 por ciento o más en 2025; despejando los negros nubarrones que presagian algunos economistas y analistas.
Muy lejos estamos de escaladas inflacionarias, porque se mantienen los equilibrios macroeconómicos básicos y se ajustan las finanzas públicas para contar con un mejor balance fiscal. No necesitamos – ahora mismo – hacer ajustes extraordinarios para tener una economía estable, con una inflación baja, con un tipo de cambio controlable, con altas reservas internacionales y con la capacidad de generar un superávit primario en las finanzas públicas; quienes magnifican el problema de la deuda, se olvidan de que su verdadera dimensión está dada por su ratio con respecto al PIB. Somos a partir de este coeficiente una de las economías menos endeudadas del mundo.
Contamos, sí, con una economía resiliente capaz de sostener un crecimiento sustentable en el mediano y largo plazos. Sobre las bases de esta certidumbre tenemos que reactivar la inversión, entendiendo que podemos configurar una estrategia de desarrollo industrial con procesos productivos innovadores, integrando cadenas de valor, impulsando nuestra propia proveeduría, sustituyendo importaciones y dándole más valor a lo que se produce en México. El Plan México va más allá de conceptos productivos llanos: concibe al empresariado como una fuerza social inherente a nuestros objetivos de crecimiento y desarrollo económico; eso es lo que lo hace sustantivo.
Imposible no entender que la conciliación, la unidad y la solidaridad son los puntales para minimizar los embates externos. Entramos a una era peligrosa, en donde la perversidad parece que se impondrá a la natural bondad que debe existir entre los seres humanos; en donde es factible que la agresividad verbal, sólo sea el inicio de lo que sigue: la vulneración de la soberanía de las naciones que dimana de los pueblos. México es afortunado: cuenta con una presidenta sensata y con un pueblo con una conciencia histórica envidiable, que pondera la libertad de su patria sobre todas las cosas.
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