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Invertir en tiempos de incertidumbre. Primera parte

Raúl Fernández Pérez


"Las decisiones (deben ser) tomadas por seres humanos verdaderos, que no sólo piensan sino también sienten, que critican y a la vez proponen, y que son capaces de apoyar sus más importantes decisiones tanto en el juicio racional más estricto como en el más sugerente empirismo", Raúl Fernández Pérez.

El miedo, ese sentimiento o emoción que surge cuando percibimos un peligro -real o imaginario- tiene diversas causas, y es precisamente el peligro una de ellas, quizá la más común porque significa una amenaza directa para nuestra vida y bienes materiales. Este tipo de miedo se manifiesta con distintos grados de magnitud e intensidad, dependiendo de la probabilidad de que el peligro se materialice o no, es decir, del tipo y tamaño del riesgo que lo dimensiona. A mayor riesgo: mayor peligro y, por lo tanto, mayor miedo.


Pero existe otra causa del miedo que es la ignorancia. En efecto, el desconocimiento de las cosas es como entrar por primera vez a un cuarto oscuro y apanicarnos por lo que nos pueda suceder ahí dentro, con lo que podamos tropezar y hacernos daño. Es el miedo a lo desconocido, donde no tenemos idea ni control del asunto. No obstante, este tipo de miedo debería reducirse o eliminarse en su totalidad con el estudio, análisis y comprensión de las cosas, con el conocimiento y aprehensión de las mismas. Al menos, eso sugiere la lógica y la razón.


Así, cuanto más información cuantitativa y cualitativa tengamos acerca de algo, estaremos en mejores condiciones para enfrentarlo, para protegernos buscando sufrir el menor daño posible, o al revés, para sacarle el mayor provecho o beneficio.


En este contexto, parecería que la racionalidad -la capacidad de pensar y entender con base en la información y el conocimiento y de actuar de acuerdo con la lógica y la razón- juega a nuestro favor todo el tiempo, pero la realidad demuestra que no siempre es así.


Muchas veces, cuando la información a nuestro alcance es negativa y el análisis de la misma refleja una situación crítica que tiende a agravarse en el futuro, nos sentimos muy inseguros y faltos de certeza, nuestras expectativas se vuelven inciertas y las dudas nos paralizan. Cuando todo esto ocurre lo que padecemos es incertidumbre, una causa más del miedo, pues desconocer mayormente lo que nos deparará el futuro causa mucho temor, afectando la toma de decisiones, la solución de problemas y el aprovechamiento de nuevas oportunidades.


Es el manejo de la incertidumbre, sin embargo, la clave para superar el empantanamiento, por lo que debemos pensar integralmente, decidir con cautela, pero actuar sin demora.


Edward de Bono en su libro Seis Sombreros para Pensar, sugiere que en el análisis para la toma de decisiones deben incluirse otros elementos importantes además del juicio racional positivo (sombrero amarillo) o negativo (sombrero negro), y son: la creatividad, alternativas e innovación (sombrero verde) y lo sensorial, los sentimientos más íntimos, viscerales o reptilianos (sombrero rojo) más parecidos a los “espíritus animales” de Descartes, cuyo término y significado retoma Keynes en la explicación de la conducta irracional o impulsiva de los agentes económicos para provocar crisis o bonanzas.

La clave está en saber combinar y ponderar todos los elementos en cuestión para que las decisiones sean tomadas por seres humanos verdaderos, que no sólo piensan sino también sienten, que critican y a la vez proponen, y que son capaces de apoyar sus más importantes decisiones tanto en el juicio racional más estricto como en el más sugerente empirismo.


La teoría económica, por ejemplo, no está exenta de rigideces racionales que limitan una concepción integral, humana y real de los fenómenos que estudia, pues parte mayormente de supuestos irreales -por algo se llaman “supuestos”- para identificar leyes de comportamiento como la conducta del consumidor, de la firma empresarial, del gobierno, etcétera.


Por ejemplo, alude a la racionalidad de los agentes económicos dotados siempre de información veraz, precisa y oportuna; al ceteris paribus, para simplificar la realidad suponiendo que cuando una variable cambia las demás no se alteran; a las economías cerradas y sin gobierno; etc. En suma, la teoría económica es insuficiente para explicar integralmente la realidad, pues se apoya en supuestos poco o nada verdaderos para intentar realizar un análisis racional que explique un mundo complejo de conductas humanas diversas y, muchas veces, contradictorias.


Es necesario y útil abstraerse de la realidad caótica cuando se trata de teorizar y explicar los fenómenos económicos relevantes, pero no tanto cuando los actores tienen que decidir qué acciones tomarán hoy, la próxima semana o el siguiente mes para incidir en el mundo real.


Por ejemplo, ¿qué es lo que hace posible el consumo privado? Racionalmente diríamos que el tener un empleo o negocio estable con ingresos permanentes y suficientes, priorizando necesidades por satisfacer de acuerdo a nuestros gustos y preferencias, pero también de conformidad con los precios y ofertas vigentes. En resumen, tener un cierto ingreso, un nivel de precios dado y la debida confianza del consumidor respecto al futuro.


Pero, ¿cómo explicar las compras impulsivas dentro de parámetros racionales? ¿y las compras de pánico? ¿y las compras que no necesitamos hacer, pero las realizamos porque el producto es “innovador”? ¿y las compras que dejamos de hacer por tener falsas expectativas? Ciertamente, la variable consumo tiene mucho de irracional y subjetivo, y quien produce bienes de consumo debe tomar en cuenta todos estos aspectos.


Preguntémonos ahora cómo se comporta ese otro componente de la demanda agregada llamada inversión y cómo se toman las decisiones para llevarla a cabo, especialmente en tiempos de incertidumbre. Al parecer, y a diferencia del consumo, las decisiones de inversión suelen ser mayormente racionales, aunque no siempre debidamente informadas.


Me referiré especialmente a la inversión privada nacional que contribuye a la formación bruta de capital fijo, a las empresas 100% mexicanas o de capital mayoritariamente mexicano que invierten en México, en uno o varios sectores productivos: primario, industrial o de servicios. Huelga decir que quedan fuera del análisis las inversiones extranjeras y los capitales golondrinos, las primeras porque se rigen de acuerdo a sus matrices en el extranjero y, los segundos, por su naturaleza especulativa.


En un proceso formal y racional de toma de decisiones, los dueños y altos ejecutivos de las empresas se reúnen en sus salas de juntas para decidir el qué, cómo, cuánto y para quién producir. Pero también, y especialmente en época de incertidumbre, se agregan el “cuándo” y el “dónde” invertir. Se toman en consideración diferentes aspectos de mercado, técnicos y financieros, para conocer, entre otras cosas, la demanda potencial, los precios y la competencia; así como el grado de apalancamiento requerido; el retorno de la inversión; etcétera.


Igualmente, se analiza el entorno político, macroeconómico y del sector externo, en suma, diversos factores endógenos y exógenos, incluidas las externalidades.


Se procura que no falte ningún dato financiero o bursátil relevante, incluso las columnas periodísticas y los análisis de expertos en economía. Se le toma la temperatura y el pulso, por así decirlo, a la prensa y los medios locales y extranjeros, para sensibilizarse de la coyuntura y no cometer errores de apreciación ni caer en el falso optimismo que pueda llevar a malas decisiones y a las consecuentes pérdidas económicas y patrimoniales.


Ahora bien, si todo lo anterior se cumple, en un entorno de incertidumbre lo más probable es que la inversión se cancele, o en el mejor de los casos, se posponga. Es esta la típica respuesta o decisión del inversionista común, que antepone la sobreprotección al riesgo calculado y la racionalidad y el sentido común, a la creatividad, alternativas e innovación, anteriormente referidas. Quedando, además, fuera de todo análisis la parte sensorial, los dictados del corazón emprendedor que deben empujar con enjundia la realización del proyecto y el disfrute de sus bondades.


Entonces, ¿Qué información hace falta en la sala de juntas?


Para un análisis integral, los inversionistas deben formularse varias preguntas previas, entre otras:


¿Estoy de acuerdo en que México es mi casa y también la de mi familia, donde deseamos vivir siempre?


¿Cuál es mi perfil empresarial: emprendedor-innovador o rentista conservador?


¿Qué tan innovador es mi producto en sí mismo, y qué tanto lo es en materia de comercialización y servicio?


 ¿La tecnología que utilizo es propia, nacional o extranjera?


¿Cuál es mi concepto de pérdida, de crisis y de incertidumbre?


¿De qué grado es mi aversión al riesgo?


¿Qué tanto me gustan los retos para crecer con ellos?


¿Si no invierto ahora, si no creo más riqueza ni genero más empleos, en qué instrumento o portafolio, seguro y rentable, estoy atesorando mi dinero?

 

Respondidas las preguntas, vendría después el análisis de factibilidad descrito con anterioridad y finalmente la toma de decisiones.


Pero, ¿cómo interpretar el contexto macro y microeconómico interno y la coyuntura mundial actual y qué criterios objetivos emplear para decidir invertir o no invertir en tiempos de incertidumbre? Intentaremos dar respuesta en un próximo análisis.



Raúl Fernández Pérez
Raúl Fernández Pérez


 
 
 

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