Por Alberto Equihua
El covid-19 enfrenta a los mexicanos a una elección nueva y difícil: por un lado, salir de su casa y exponerse a contagiarse de una enfermedad que puede ser fatal, aunque este desenlace pueda ser en principio improbable. Por el otro puede elegir resguardarse en su hogar y disminuir la probabilidad de contagiarse. Para la mayoría de los mexicanos, 56% según algunas estimaciones (El País, 31.03.2020) la elección impacta directa y gravemente su subsistencia. Resulta que sus ingresos cotidianos están sujetos al esfuerzo que hagan día a día para generarlos. No es una elección fácil y tampoco se puede postergar indefinidamente y menos ignorar simplemente.
Para el economista, este es un caso clásico de la teoría de le elección racional con utilidad esperada. En el corto tiempo que la pandemia ha estado asolando al mundo, hemos podido aprender que aparentemente no afecta de igual manera a toda la población. Muchos ni siquiera presentan síntomas. La mayoría tienen un cuadro similar al de la gripa o influenza, los menos requieren cuidados intensivos y una minoría lamentablemente fallecen. En general se ha dicho que la llamada inmunidad de grupo o de rebaño se alcanza cuando entre 60% y 70% de la población haya desarrollado anticuerpos. No todos tienen que ser por enfermedad. De los que lleguen a presentar síntomas o más concretamente, den positivo en las pruebas morirán alrededor de 10%. Algo más alto que el índice mundial, que oscila alrededor de 7%. Sin embargo, nadie puede anticipar con ninguna certeza cual podría ser su suerte, en caso de contagiarse, más allá de alguna probabilidad subjetiva e individual que puede tomar en cuenta factores como género, edad, condición de salud, lugar de residencie, etc. A pesar de la subjetividad, este podría ser el mejor dato para calcular el riesgo de enfermar, si se elige intentar una vida normal, para generar los ingresos necesarios. Así las cosas, la alternativa de privilegiar la salud y acogerse a la cuarentena, no es realmente opción para esa mayoría de mexicanos que viven “al día”. Sin ingresos. En extremos dramáticos, aún la vida podría terminar finalmente por inanición. En este escenario exagerado, las opciones para un mexicano puesto en esa situación podrían resumirse como sigue:
¿Qué hacer? La teoría sugiere que la decisión depende de la actitud de la persona respecto al riesgo. Básicamente puede tener una de tres tipos: a) aversión total al riesgo, b) aversión neutral al riesgo o c) algún grado de aversión al riesgo. Teóricamente, el primer caso movería a la persona a prepararse para lo peor. Su cálculo, posiblemente le haría identificar que es lo peor que le puede pasar en todas las situaciones en las que pudiera encontrarse y entonces decidir hacer lo que lo lleve al mejor de esos “malos” resultados. Esta forma de elegir podría llamarse: “escoger lo mejor de lo peor”. Técnicamente se le llama “Maximin”. En el caso de nuestro mexicano el panorama se complica; porque el peor resultado al que puede llegar es igual, no importa si se suma a la cuarentena o sale a ganarse la vida. Haga lo que haga, lo peor que le puede pasar es no generar los ingresos que requiere.
Para llega a la conclusión de que prefiere salir a ganar lo que pueda en la calle, aunque se exponga a contagiarse, nuestro mexicano tendría que portarse por lo menos neutralmente respecto al riesgo. La teoría reconoce esta actitud cuando la persona piensa en términos de lo que esperaría ganar en promedio, pase lo que pase. Para un sujeto así, es relevante la probabilidad que atribuya a la realización de los escenarios posibles. En nuestro caso, el mexicano podría anticipar que su probabilidad de enfermar es realmente baja. De manera que puede esperar un ingreso suficientemente atractivo como para arriesgarse. Porque lo compararía con lo que podría ganar desde su casa, en cuarentena, que necesariamente sería menor, y además tendría que ponderarlo con la probabilidad de no enfermar. En conclusión, el mexicano necesita tener una aversión al riesgo neutral, para que inequívocamente, prefiera arriesgarse racionalmente a salir a la calle y poder así ganarse su sustento cotidiano.
Otros grados de aversión al riesgo también podrían invertir sus preferencias. Pero para analizarlo, habría que conocer más información. Como las magnitudes de los ingresos en cada combinación de situación y elección posible de la persona, las probabilidades de enfermar y la función personal de preferencias.
Sin meternos en esas profundidades de cálculo, es posible poner sobre la mesa algunas conclusiones. Por ejemplo, una trivial es asegurar un ingreso para todos estos mexicanos con tal de que se sumen a la cuarentena. Incluso podría condicionarse a mantenerse saludable; así serviría de acicate. Prácticamente sería un pago por no enfermar; de lo contrario se pierde todo beneficio. Esta política movilizaría a guardar la cuarentena a las personas con aversión total al riesgo.
Alternativamente, podría ofrecerse un “seguro” a los que guarden la cuarentena. En caso de haberse mantenido en casa y a pesar de su disciplina llegaran a enfermar se les pagaría una cantidad suficientemente cuantiosa, como para seducirlos a quedarse en casa, aunque les resulte muy difícil el día a día sin ingresos.
Finalmente y más realista, una tercera opción de política podría ser una combinación. Una “beca” modesta por quedarse en casa y guardar la cuarentena y un seguro cuantioso, en caso de que enferme, a pesar de haberse disciplinado. Esta solución podría asegurar un nivel mínimo de consumo para esas familias y el componente de seguro, aunque improbable, reforzaría la tranquilidad o la motivación para mantener la cuarentena.
12.05.2020
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