Gildardo Cilia López
Camino por las calles que le dieron origen a la Colonia Roma: Jalisco (hoy Álvaro Obregón) y Orizaba. Al caminar por Álvaro Obregón observo detenidamente las esculturas con sus fuentes, todas fieles reproducciones de yesos que se encuentran en diversos museos del mundo y en el de la Academia de San Carlos.
Me causan una grata impresión tres esculturas: la de los pescadores y la de San Sebastián, realizados por escultores educados en el arte académico del siglo XIX en San Carlos. En lo particular contemplo con gran admiración la escultura que reproduce el martirio de San Sebastián, cuyo autor es Felipe Valero y que fue premiada en la décima exposición de la Academia de San Carlos, en 1857.
Es triste observar un grafiti en el pedestal de la magnífica escultura del Santo. Un grafiti sin sentido, que no dice nada; o tal vez sí: es un símbolo de la profanación que ocasionan el caos y la ignorancia de nuestros tiempos.
Tal vez eso explica la presencia de una escultura reciente de lo que creo es un niño o un joven, que orienta su vista hacia la Avenida Cuauhtémoc. Me impresiona porque parece observar con cierto desprecio la anarquía difícilmente controlable de lo que es hoy la Ciudad de México; o tal vez, su sonrisa despectiva tenga que ver más con nuestra indiferencia - casi rechazo - hacia el arte: hacia la recreación estética.
Contemplar y valorar - enamorarse de lo que tiene sentido, de lo que tiene belleza - es el único medio para recuperar la espiritualidad. ¿No creen?
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