Enfrentamos una crisis de escala planetaria, pero es también una crisis cuyas causas se originan mucho antes de estos meses del 2020. Diferente a otras crisis de las economías capitalistas, la que encaramos hoy está marcada por una seria amenaza a la vida. Me refiero literalmente a la vida humana y la del mundo natural. ¿Cómo articular una respuesta económica eficaz que reconozca y plantee ese reto? Es probable que esta crisis signifique un parteaguas y detone un cambio de época, que replantee no sólo la estructura de la economía del mundo y de nuestro país.
En este artículo analizo la coyuntura económica marcada por la contingencia sanitaria, pero como una pieza de un paisaje más amplio. Lo haré ubicando de entrada dos temas que caracterizan la preocupación central de estos momentos: la salud humana y el empleo. Insertaré esas piezas de la coyuntura en la fotografía completa del contexto histórico económico del cual surge esta crisis, en concreto, 40 años de una arquitectura de economía global organizada alrededor de políticas de libre mercado y reducción de la participación del Estado en la economía. También presentaré un ángulo poco explorado para entender la crisis actual, que es el lado de la erosión ambiental, el cual tiene efectos en forma de brotes de virus agresivos que afectan la salud humana, entre otras manifestaciones. Concluyo haciendo un símil entre la época actual y aquélla que rodeó a la Gran Depresión de los años 30s y de donde surgió el New Deal (Nuevo Pacto). Tal vez es el momento de impulsar un nuevo pacto social, pero esta vez uno de carácter verde (Green New Deal).
1. Empleo
El empleo ha caído estrepitosamente tanto en los países desarrollados como los países en desarrollo en estos meses. Estados Unidos alcanzó una tasa de desempleo de 14.7% en abril de este año, niveles cercanos a lo observado durante la Gran Depresión, que fue de 24.9%. Canadá ha registrado una tasa de desempleo de 13%; la zona euro de 7.4%. El empleo está vinculado al dinamismo de los sectores productivos y servicios y éste se desaceleró dado que la pandemia se originó en China, el país que dota de insumos para la producción a casi todo el mundo. Hoy día la mayoría de los países tienen a China como su primer o segundo socio comercial, de modo que, al detenerse el flujo en las cadenas de suministro de bienes por la situación de pandemia a principios de año, se generó un efecto de contracción de la actividad económica global.
Sin embargo, previo al surgimiento del covid-19 en China, la economía global traía una tendencia de desaceleración. En México y otros países de América Latina se hicieron ajustes a los pronósticos de crecimiento económico incluso a finales del 2019. Antes de la pandemia, Estados Unidos llegó a tasas de desempleo de niveles no vistos desde la década de los 70s, es decir el más alto desempleo en los últimos 50 años. La Unión Europea no ha logrado recuperar un crecimiento vigoroso desde 2008; desde entonces su crecimiento ha sido muy bajo, de aproximadamente 1% en promedio, mientras que su nivel de desempleo igualmente ha llegado a niveles muy altos incluso antes de este episodio de pandemia. En 2016 llegó a un 10%, un umbral no visto desde hace décadas.
La respuesta a la crisis del 2008 fue de corte neoliberal, donde la lógica que privó fue que con dinero público se salvaguarda al sector privado financiero. De esa crisis los ricos salieron más ricos y la desigualdad se profundizó.
La realidad es que el mundo no se ha recuperado de la crisis de la burbuja inmobiliaria detonada en Estados Unidos en el 2008. La respuesta a la crisis del 2008 fue de corte neoliberal, donde la lógica que privó fue que con dinero público se salvaguarda al sector privado financiero. De esa crisis los ricos salieron más ricos y la desigualdad se profundizó.
En los últimos 40 años, América Latina se ha convertido en la región más desigual del mundo, donde 20% de la población concentra 83% de la riqueza. Es la región donde existe la mayor concentración y acaparamiento de tierras de todo el mundo. Es también el lugar más peligroso para activistas ambientales, pues aquí ocurren el 60% aproximadamente de los asesinatos a activistas ambientales y de derechos humanos.
El problema de desempleo y bajo crecimiento económico ya estaban presentes antes de la pandemia, el Covid-19 vino a agudizarlos, pero también a recordarnos de una manera hasta trágica, de lo importante y vital que es la salud de las personas para mantener una economía en funcionamiento.
La cuestión que tenemos que encarar es ¿quién va a invertir para generar los empleos que se perdieron? Los privados no invierten en condiciones de incertidumbre. En el presente la incertidumbre perdurará hasta que se consiga la vacuna.
2. Salud
Lo que hemos presenciado en los últimos meses nos ha dejado en claro que definitivamente hay una relación estrecha entre salud y economía: sin salud no hay fuerza laboral disponible para activar las plantas productivas y los servicios. La fuerza laboral fue enviada a cuarentena, algunos sin empleo otros con salario reducido e incluso aquellos que mantuvieron intacto su salario, consumen con cautela. El solo hecho de enviar a los trabajadores a cuarentena, reduce drásticamente la demanda y caen los ingresos de las empresas, razón por la cual deciden optar por despidos. Sin empleo baja el consumo y demanda de bienes a falta de ingresos de la población para hacer siquiera las compras de bienes esenciales. Los gobiernos se debaten entre medidas de contención de la pandemia y medidas para mantener en pie la economía. Entonces en este escenario donde la salud ha detenido los procesos de la economía, bien vale la pena hacer una pausa y preguntar ¿hasta qué grado las medidas de emergencia podrían ser catalizadoras de un cambio económico de largo plazo? Estoy pensando desde luego en medidas que pongan en el centro la vida, la salud y el empleo.
En otros tiempos, se enfrentaron desafíos similares al de hoy. En las décadas siguientes a la de los años 30's de la Gran Depresión, el capitalismo tuvo que hacer algunas concesiones sociales. Se inauguró el periodo del desarrollo nacional y estado de bienestar, que se desplegó entre los años 40s y 70s. Los gobiernos de países desarrollados y algunos en desarrollo invirtieron en la construcción de hospitales públicos, laboratorios para la investigación, formación de médicos sobre todo a lo largo del siglo XX hasta la década de los 80s. No eran países socialistas, sino capitalistas, pero quizá el capitalismo tuvo que reconocer que había que tomar estas medidas para salvarse a sí mismo. La salud es un recurso económico con el que funcionan los mercados, y quizá con esa idea detrás es que se invirtió gasto público en la edificación de sistemas de salud públicos en muchas partes del mundo. Esa perspectiva se perdió en las pasadas cuatro décadas de neoliberalismo. El sector público de salud, tanto en Estados Unidos como en México se deterioró y pasó a manos privadas. En México, la inversión en salud pública entre 1990 a 2010 fue en promedio de 3.7% del PIB y de 2010 a 2020 cayó a un promedio de 2.5% del PIB, muy por debajo del mínimo de 6% del PIB de gasto en salud que recomienda la OMS. También el gasto per cápita en términos de derechohabientes) en salud cayó en esta última década tanto el IMSS y el ISSSTE. Esas instituciones redujeron el gasto en los últimos 10 años, pues mientras que en el 2010 dicho gasto era de 18.1%, para el 2020 decreció a 8.2%. De modo que el covid-19 nos encuentra con una capacidad limitada para atender a una gran población enferma.
Se requiere inversión en salud pública para hacer frente, no sólo a la epidemia actual, sino como una política de desarrollo
Será urgente reactivar la inversión en el sector salud, pero teniendo en cuenta que la salud es un bien público, como lo es la educación, esta inversión tendrá que detonarse desde el sector público. Las empresas no invierten en la creación de bienes públicos porque ellas invierten bienes que generan ganancias privadas. Un bien público funciona como base de desarrollo porque distribuye los beneficios en todas las capas sociales. Cuando el sector privado llega a invertir en salud y educación (bienes públicos), es después de que las grandes inversiones en infraestructura y en investigación básica las ha hecho el Estado y entonces una inversión en dichos sectores pueden ser rentables y privados.
Se requiere inversión en salud pública para hacer frente, no sólo a la epidemia actual, sino como una política de desarrollo, que además deberá tomar en cuenta las nuevas enfermedades colaterales de esta experiencia de pandemia, como son las enfermedades mentales y otras relacionadas con la menor movilidad que resultan del confinamiento.
3. Salud, medio ambiente y economía
Otra dimensión mucho muy importante del problema de salud que estamos enfrentando y de la que casi no se habla, es la medioambiental. Entre salud humana y medio ambiente hay una estrecha relación, pero es grave la marginación que padece este tema.
La degenerada invasión humana a los ecosistemas termina amenazando la salud humana y, por ende, a la economía
Hay toda una disciplina que estudia la relación entre ecología y salud humana, llamada eco-salud (eco-health), que cuenta ya con distintas asociaciones científicas, por sólo dar un ejemplo, la Ecohealth Alliance tiene grupos de científicos que en los últimos años se han dedicado a documentar la relación entre nuevas pandemias y la deforestación. También se ha documentado que el comercio de animales salvajes y cuyo comercio está prohibido también es causa de nuevos virus. Y lo que reportan es que habrá más pandemias, no sólo por la deforestación, sino por los efectos en los ecosistemas globales y locales debido al cambio climático.
La salud humana es un reflejo de la salud del medio ambiente y son muchos ya los informes científicos que nos anuncian que hemos llegado a un punto de quiebre en cuanto a la erosión de los ecosistemas debido a la actividad humana. Dicha actividad humana es en gran medida actividad económica. El último reporte global sobre biodiversidad de la IPBES, indica que alrededor de 1 millón de especies animales y plantas se encuentran bajo amenaza de extinción, más que en cualquier otra época de la humanidad. Este hecho dificulta la producción económica. Piénsese por ejemplo en los problemas de la industria pesquera cuando las cadenas alimenticias en los ríos y océanos no reproducen las especies que se comercializan.
El surgimiento de virus cada vez más agresivos o que generan nuevos y extraños síntomas y padecimientos, son de transmisión zoonótica, es decir que se transmiten de animales a humanos. Aunque eso ha existido siempre, el tremendo asedio a los ecosistemas que ha ocurrido en por lo menos el último siglo hace que estemos aún más cerca conviviendo animales y humanos, en condiciones de estrés. La lista de enfermedades de transmisión zoonótica incluye al SIDA, ébola, SARS y otros. El Covid-19, se estima que, como su precursor SARS, se haya originado en murciélagos y subsecuentemente transmitido via otro animal portador a un mercado donde se comercian animales vivos. Muchos de esos mercados hacen venta ilegal de animales en peligro de extinción.
La degenerada invasión humana a los ecosistemas termina amenazando la salud humana y, por ende, a la economía. Esta relación entre condiciones medioambientales y sus efectos en la salud humana tendrá que ser reconocida en las políticas de salud pública en todos los países. Toda política de salud tendrá que estar ligada a una política ambiental.
Más allá de la relación directa entre medio ambiente y salud, está también la dependencia directa de la economía sobre la base natural, biofísica. Así como sin salud no hay economía, sin ecosistemas saludables tampoco. Todo proceso económico depende de la disponibilidad de fuerza laboral y una base biofísica resiliente que dote de insumos a la planta productiva; insumos básicos como son energía, madera, minerales, que todos vienen de algún espacio natural. De la misma manera, los alimentos, son insumos esenciales para la reproducción de la fuerza laboral y su producción dependen aún en gran medida, de condiciones naturales. Desde luego, la tecnología también importa. Pero la tecnología sin un recurso como la energía no se podría activar.
La degradación ecológica tiene mucho que ver con una economía dependiente de combustibles fósiles que generan GEI (Gases de Efecto Invernadero). Los GEI propician el fenómeno de cambio climático, el cual afecta de manera transversal a muchos ecosistemas. Es necesaria la transición energética hacia energías renovables, pero esto no ocurrirá por sí solo, porque las élites petroleras aún controlan gran parte de la economía global y oponen resistencia. Se tiene que transitar a una economía con sentido de resiliencia y duración de los ecosistemas y la biodiversidad, porque es la única manera de garantizar que los procesos de producción continúen en el tiempo. Este es el sentido fundamental del concepto de sustentabilidad.
La pandemia nos brinda una gran oportunidad de replantear desde otra perspectiva la transición energética, pues por un buen tiempo la demanda de petróleo estará deprimida por cierre o semi-cierre de fronteras y una movilidad de bienes global más lenta que supone menos demanda de combustible para el transporte de las mercancías. Las cadenas de aprovisionamiento de bienes se articularán más a escala local, necesariamente, pues por la incertidumbre de la pandemia, hay bajas expectativas de dinamismo en el comercio internacional y es probable que sea así en al menos el próximo año, en tanto no tengamos vacuna. Es decir, los países estarán pensando cómo asegurar el suministro, en primera instancia, de bienes de consumo esencial. De forma tal que la industria petrolera enfrentará por un buen rato crisis de demanda; esto no fue un hecho planeado, ni deseado, pero está aquí y por la fuerza nos plantea repensar la base energética de la economía, pues antes de eso, la excusa era que no podemos detener la economía para instalar fuentes energéticas renovables. Esta vez, por causas externas, la desaceleración económica fue como un brusco freno y, aunque paulatinamente se reactiva, no regresará a los niveles pre-pandemia en un buen rato. En tanto, se puede pensar en la posibilidad de que la industria petrolera actual financie la transición energética.
Todo este paisaje nos muestra que estamos ante un punto de inflexión que puede convertirse en oportunidad para estimular nuevos sectores productivos, reconectar el campo y la ciudad dentro de los márgenes de un país para asegurar el abasto alimentario, porque en un contexto de menor movilidad mundial de bienes, tenemos que prevenir el desabasto alimentario sobre todo considerando que hasta el momento nuestro país depende en un 40% del abasto de granos básicos desde el exterior. Era ya un tema advertido por nuestro actual gobierno, pero la pandemia nos urge a acelerar la estrategia para conseguir la soberanía alimentaria.
4. Hacia un nuevo pacto social: empleo, salud y medio ambiente
Ya para redondear los tres temas con los que he caracterizado la crisis actual como una triple crisis -de empleo, salud y medio ambiente-, termino con el tema de la centralidad del Estado para articular una respuesta ante una crisis de grandes proporciones.
En este momento el problema del empleo está alcanzando los umbrales de [1929] y la intervención del gasto público se ve necesaria, sobre todo invertir inmediatamente en los sectores que podrían ayudar a salir de esta crisis en el largo plazo
Hemos visto que los Estados han sido la única entidad capaz de generar los programas de emergencia ante la pandemia y esto es porque el Estado es el que puede coordinar el interés público y, tanto la economía como la salud son asuntos de interés público. Aunque hasta el momento hemos visto respuestas de emergencia, la circunstancia obligará a replantear planes de más largo plazo, de desarrollo. Las guerras mundiales, por su alcance devastador y el subsecuente reacomodo de fuerzas geopolíticas que provocan, han encaminado a nuevos pactos sociales. En la época de entre guerras, no sólo se tenían las secuelas de pérdidas materiales de la primera guerra mundial, sino que a ello se sumó un desempleo similar a una catástrofe. La guerra y el desempleo de grandes magnitudes tienen ambos efectos similares destructores sobre la planta productiva. De esa época surge el conocido Nuevo Pacto o New Deal durante la administración de Franklin Roosevelt en Estados Unidos, porque se tenía que salvar la planta productiva.
De manera análoga, estamos ante una crisis de gran magnitud; no venimos de una guerra mundial exactamente, pero si libramos por primera vez en la historia de la humanidad una batalla global contra una enfermedad y esto también atenta contra la preservación de la planta productiva. Las alternativas dadas por el influyente economista John Maynard Keynes, basadas en políticas de pleno empleo y gasto público resultaron efectivas y salvaron a la economía en aquel tiempo de la Gran Depresión. Se necesitaba generar demanda y para que haya demanda, la gente debe tener ingreso, por lo cual el empleo se vuelve prioridad. Es bien conocida la anécdota de que la urgencia de generar empleos para reactivar la economía era tal en la Gran Depresión que había que crear cualquier tipo de empleo, así fuera contratar trabajadores que cavaran hoyos y otros para que los taparan.
En este momento el problema del empleo está alcanzando los umbrales de ese momento histórico y la intervención del gasto público se ve necesaria, sobre todo invertir inmediatamente en los sectores que podrían ayudar a salir de esta crisis en el largo plazo. Es decir, inversión en salud y medio ambiente, sectores en los que las empresas no invertirán en este momento porque se trata de bienes públicos. Además, las empresas no crean nuevos negocios en condiciones de alta incertidumbre, pues sus programas de inversión requieren asegurar tasas de ganancia, y claramente en un contexto de pandemia no hay confianza, pues no sabemos cuándo va a terminar.
Por tanto, se trata de invertir en el interés público y para eso el Estado tiene la herramienta fiscal, a través del gasto público. Ya de por sí, los gobiernos están disponiendo de grandes cantidades para la emergencia: En los inicios de la pandemia, Estados Unidos dispuso de 2.2 billones de dólares; Alemania de 156 millones de Euros; España 200 millones de euros equivalentes al 20% de su PIB. Francia por 45 mil millones de euros. Los países en desarrollo desde luego tienen menos recursos, pero aún así están disponiendo de recursos. Y es posible, muy posible, que los gobiernos se vean en la necesidad de seguir destinando recursos. Bien valdría la pena que mejor ese gasto esté articulado a un proyecto de desarrollo de largo alcance que tenga que ver con un pacto social en cuyo centro esté la garantía de la vida humana y natural, pues como hemos dicho antes, sin salud humana y sin ecosistemas no hay economía. Por ejemplo, la articulación de cadenas productivas y sectores productivos locales y de bienes de consumo esenciales en un corto plazo, e inversión estratégica en salud y en la llamada economía verde.
Estas son propuestas que han circulado por algunos años. De hecho, en Estados Unidos se han reunido en un programa llamado Green New Deal y que está a debate. La resistencia a este tipo de propuestas ha sido siempre más o menos bajo el argumento de que cuesta mucho transitar hacia una economía verde. Pues bien, ahora de frente a la crisis actual, debiéramos preguntarnos ¿cuánto nos ha costado la inacción y el mantener el status quo?
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