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Notas, notitas y nototas

Público·5 Comentaristas



La intuición de que repartir dinero no es una manera eficaz para reducir realmente la pobreza no es ninguna novedad. La sabiduría popular ya ha tenido tiempo más que suficiente para decantado en fórmulas como "hay que enseñar a la gente a pescar. No regalarle el pescado". De la experiencia que recuerdo de los 80 en la ayuda económica internacional, ya entonces políticos, diplomáticos y analistas se habían percatado de que regalar alimentos a los países africanos, por muy generoso y solidario que pareciera, hacía más daño que beneficio. Las actividades agropecuarias simplemente sucumbían ante la competencia desleal de productos gratuitos. ¿Quién querría producir granos y carne, si el "mercado" estaba inundado de productos importados gratuitos? Después de caer en la cuenta de este efecto, la ayuda internacional en general cambió a un paradigma orientado a la creación y desarrollo de potenciales productivos en los países destinatarios.

Es muy bueno que un investigador y laureado con el premio Nobel ha revisado este efecto. Es muy fácil regalar y es mucho más complicado crear y desarrollar potenciales en la gente que las empodere. El asunto es todavía más difícil si además el objetivo es inducir una espiral virtuosa de crecimiento y desarrollo económico y social. Haría bien reconocer que estas lecciones son aplicables no solo para el contexto internacional; sino también internamente en las economías nacionales. Bien lo apuntan en este artículo que comentamos. Simplemente regalar el dinero equivale a renunciar a incluir a las personas en la dinámica social y también es invitarlas a que tampoco se esfuercen más y acepten su dependencia perene. No lo dice Romer, pero vale afirmar que la ayuda regalada es altamente adictiva y nociva.

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