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Los peripatéticos

Público·6 miembros

La pandemia y la economía

Juan Eduardo Martínez Leyva

Breve historia de la pandemia

Llevamos ya cinco meses batallando con el enemigo inesperado. La amenaza surgió de repente en Wuhan, una próspera región de China. Fue en el mes de diciembre cuando nos enteramos que un virus totalmente desconocido por la ciencia médica estaba causando estragos entre la población. Al principio, las autoridades de ese país intentaron negar el problema y censuraron la información que surgía tímidamente entre los propios enfermos y los primeros médicos que los atendían. La negación, propia de regímenes y liderazgos que pretenden ejercer un férreo control de los acontecimientos y escribir su propia narrativa, pudo significar un grave daño en el manejo de la futura expansión de la enfermedad. El gobierno chino pronto corrigió y adoptó medidas de contención, inimaginables en los regímenes democráticos occidentales, para hacerle frente al desafío. Cercó la región infectada, encerró obligatoriamente en sus casas a la población de alrededor de once millones de habitantes, asegurando absoluta inmovilidad de las personas y se apresuró a construir una infraestructura hospitalaria en tiempo récord. En el mundo empezamos a ver con asombro como se iba acelerando exponencialmente el número de contagios en ese espacio tapiado. La Organización Mundial de la Salud titubeó, al principio, en calibrar el tamaño de la amenaza. A pesar de todo el esfuerzo instrumentado por el gobierno chino, no se pudo evitar que el virus escapara al resto del mundo.

El viaje del virus tomó por sorpresa a muchos países. Tailandia reportó el primer caso confirmado de coronavirus fuera de China. Se trataba de una persona procedente de Wuhan. Pronto nos enteramos de su presencia en Italia, España y la costa oeste de los Estados Unidos. Se retrasó su arribo en las regiones de África y Latinoamérica, por lo que algunos especulaban, sin base científica, que el coronavirus era vulnerable al clima tropical. Los casos dramáticos y anecdóticos se sucedieron con rapidez. A principios de marzo, Japón puso en cuarentena en el puerto de Yokohama a un crucero, donde un pasajero pudo contagiar a más de seiscientas personas.

Fue hasta la tarde del once de marzo cuando la OMS declaró la situación como Pandemia. Para entonces en la región de China, donde se había originado, y en Corea del Sur, el número de contagios estaba ya en franco declive, pero en el resto del mundo apenas empezaba su ascenso. En el momento de la declaratoria había ya 118 mil casos registrados, en 114 países y habían muerto 4 mil 291 personas. En ese momento había 81 países que no tenían un solo caso reportado y 57 países señalaban tener 10 o menos contagios. No obstante, la OMS en ese momento pensaba que, si todos los países ponían manos a la obra de manera inmediata y decidida, podían minimizar el impacto de la pandemia. En su declaratoria hacía el siguiente llamado: “Si los países se dedican a detectar, realizar pruebas, tratar, aislar, rastrear, y movilizan a su población, aquellos que tienen pocos casos pueden evitar que se conviertan en grupos, y que esos grupos den paso a la transmisión comunitaria”.

Incluso en los países donde ya existe transmisión comunitaria, alertaba, se puede dar la vuelta a la situación. Afirmaba que algunos países demostraban que se podía tener éxito en la contención, al tiempo que denunciaba que otros mostraban falta de determinación.

Al día de hoy y de acuerdo con la evidencia dura, está claro que las alertas y recomendaciones no fueron atendidas en sus términos por algunos países. Cuando se decidieron a tomar el asunto con seriedad, lo hicieron de manera tardía, con acciones insuficientes y a veces contradictorias. Para el martes cinco de mayo el conteo de enfermos que realiza la Universidad Johns Hopkins habrá alcanzado la cifra de 3 millones 606 mil contagios, con alrededor de 252 mil muertos. Este número es más de treinta veces mayor al reportado el once de mayo. Los Estados Unidos fue, sin duda alguna, uno de los países que tuvieron un desempeño deficiente en el control de la pandemia. Este país cuenta con 1 millón 182 mil contagiados, la tercera parte del total mundial y con casi 70 mil muertos, el 28% del total. España e Italia con poblaciones más pequeñas superaron los 200 mil enfermos y los 25 mil muertos. Seguidos por el Reino Unido, que casi alcanza la cifre de 200 mil y Francia con más de 160 mil casos confirmados. China que sus números mostraban horror al principio del brote, con poco menos de 84 mil enfermos, se ubica en el onceavo lugar, superado por Brasil e Irán.

Se puede decir que el desarrollo de la pandemia ha ocurrido en cuatro tiempos. El primero corresponde a la región asiática, donde se originó el brote. En estos países la enfermedad prácticamente ha quedado reducida a su mínima expresión y sus poblaciones han ido retomando lentamente sus actividades cotidianas. El segundo tiempo fue de Europa. Aquí la epidemia ha causado estragos, principalmente en su población adulta. Llegó a un máximo durante los últimos días de abril y el número de contagios ha iniciado su camino de regreso. En algunos países se están haciendo tímidos e inseguros ensayos para liberar a sus poblaciones del encierro. Otros más precavidos como Francia han extendido las medidas de distanciamiento social hasta mediados de junio. En el Reino Unido, donde su primer ministro fue infectado, la enfermedad avanza exponencialmente aún. Los países europeos aún no pueden cantar victoria.

El tercer tiempo lo ocupa Estados Unidos en donde, como ya se señaló, la pandemia se desbordó. La aparición del virus en este país fue, a su vez, desigual entre sus diferentes estados. El Estado de Nueva York que fue, con mucho, el lugar más golpeado, ha venido gestionando con éxito la situación y en los últimos días ha mostrado una consistente e importante disminución en el número de contagiados, hospitalizados y fallecidos. En otros estados la pandemia no ha disminuido, por lo que no se puede asegurar que el país en su conjunto haya iniciado un camino de retorno en la curva epidémica. Las tensiones y presiones políticas de algunos grupos por terminar con el enclaustramiento, puede llevar a los gobiernos a tomar decisiones apresuradas para regresar a la calle. El estado de Georgia aún con el número de muertos y enfermos en aumento, ha empezado a reabrir su economía. El riesgo es que este regreso se haga de manera desordenada y sin las mínimas condiciones de protección y seguridad, lo que puede llevar a un rebrote del contagio y a perder el terreno ganado.

Y, por último, el cuarto tiempo está reservado a los países de América Latina. En esta parte del mundo, la curva de contagios está aún en pleno ascenso.

Habrá que esperar todavía algunas semanas para saber si los países de esta región han tomado las políticas adecuadas para combatir la enfermedad. No obstante, se puede decir que, en Brasil, donde su máximo dirigente sigue desafiando las recomendaciones de los especialistas, el número de contagios y muertos está creciendo descontroladamente. En México su presidente mostró también una indiferencia retadora ya muy entrada la etapa crítica. En los últimos días ha sido más o menos disciplinado con la estrategia de salubridad, aunque sus últimos mensajes están anticipando un supuesto éxito en la gestión del problema. Esto puede ser contradictorio y engañoso para una población cuya disciplina es mayormente requerida en este momento. Aún faltan 25 días para cumplir con el periodo de distanciamiento social que propuso la estrategia de salud. Es muy pronto aún para saber si haría falta una extensión del mismo.

Dada la diferente temporalidad en que las regiones del mundo fueron alcanzadas por la pandemia, así será diferente también el tiempo en que cada una de ellas regrese a la normalidad. La vuelta a la vida cotidiana previa, si es que logramos regresar a ella, será un lento proceso que puede llevar el resto de este año y tal vez el siguiente. La disponibilidad de pruebas, de medicinas para paliar los síntomas y finalmente la vacuna contra el coronavirus, irán marcando los ritmos en que la gente recupere la confianza para salir nuevamente del encierro.


¿Qué pasó con la economía?

Los economistas estamos acostumbrados a pensar el desarrollo de la economía en términos de ciclos económicos. Tal vez esa figura mental de los ciclos, no sea más que una herencia cultural de la mitología del eterno retorno, analizada por el filósofo e historiador de las religiones de origen rumano, Mircea Eliade. Y, a esta forma abstracta del pensamiento acomodamos convenientemente las mediciones estadísticas para que concuerden con esa idea preconcebida del ciclo, dejando fuera las observaciones que nos estorban para tal fin. En este caso, los ciclos económicos no serían sino una ilusión más, de muchas que cultivamos los economistas. Todo esto viene al caso porque, en mi opinión, los efectos que ha causado el coronavirus en la economía mundial y en cada país en particular, no pueden ser analizados en su complejidad con las herramientas del análisis económico corriente. Se requiere un esfuerzo adicional de imaginación y creatividad intelectual para tratar de entender el problema. Lo que ha sucedido con la economía por efectos de la pandemia no es un choque de oferta que llevó a un choque de demanda como frecuentemente se piensa, tampoco es una recesión que se convertiría en una depresión. La recuperación económica no será posible mientras dure la pandemia. Por ello, las políticas que impulsan la demanda y la inversión son innecesarias e ineficaces en este momento.

En todo caso las políticas de tipo keynesiano podrían ser útiles al inicio de la reapertura, pasada la emergencia sanitaria.

El coronavirus causó un apagón gradual pero general de las actividades sociales y productivas en todos los rincones del planeta. Se bajó el switch de los circuitos económicos, con excepción de los financieros y algunos considerados como esenciales relacionados con alimentos, telecomunicaciones, seguridad, mensajería, medicamentos. La idea de los ciclos genera la percepción de que hay movimiento, hacia arriba o hacia abajo, pero movimiento al fin. En este caso lo que se produjo fue una inmovilidad casi instantánea.

Los datos económicos conocidos sobre el impacto de la pandemia en diferentes países son aterradores y son una imagen perfecta de la idea de que lo que estamos viviendo no es una recesión sino un apagón. Las solicitudes de ayuda por desempleo en Los Estados Unidos rebasaron los treinta millones de personas en tres o cuatro semanas. La economía china, que es el principal demandante mundial de una larga lista de materias primas, incluyendo el petróleo, redujo su PIB del primer trimestre en 6.8 por ciento. Estados Unidos, la economía más grande, lo hizo en 4.8 y Europa en 3.8. Se estima que en el segundo trimestre la caída será significativamente mayor en estas dos últimas regiones. El FMI estima que el impacto de la pandemia en la economía mundial rebasará en treinta veces el observado durante la influenza H1NI durante 2009.

El primer reto que plantea esta situación de congelamiento de las actividades productivas es qué hacer durante este tiempo para que las empresas y las personas sobrevivan y persistan como agentes económicos, sea en su calidad de productores, consumidores o trabajadores. Que pervivan, si se quiere ver así, en una especie de letargo, como en hibernación; pero que no mueran mientras dura la emergencia. Si no se logra superar este primer desafío, no habrá sujetos económicos que puedan ponerse en marcha el día después.

¿Qué es lo que puede matar a un sujeto económico aletargado por la pandemia? En primer lugar y de manera más o menos rápida, el desequilibrio entre sus flujos de dinero y sus obligaciones de pago. Los ingresos se esfumaron, pero los compromisos de pago a los trabajadores, a proveedores, prestadores de servicios, a los acreedores, de impuestos, todos se mantienen inamovibles. El incumplimiento de los pagos puede enfrentar situaciones de demandas legales, huelgas y embargos que precipiten la quiebra de los negocios. Algunas personas en lo individual podrían enfrentarse además a una situación extrema de no poder satisfacer sus necesidades de consumo básicas.

En consecuencia, es obligación de la política económica de la pandemia asegurar la satisfacción de las necesidades básicas de las personas y las familias afectadas para evitar situaciones de privación o de hambruna y, al mismo tiempo, dotar de liquidez a las empresas y a las personas para que no colapse el sistema de pagos.

Es obvio que una de las prioridades de los gobiernos es asegurar los recursos suficientes para dotar a los sistemas de salud de los instrumentos, insumos e infraestructura suficientes para hacerle frente a la emergencia médica y minimizar el número de contagios y muertos.

¿Cómo evitar que el sistema de pagos entre en una crisis catastrófica?

Una forma muy práctica y rápida es mediante la posposición de aquellos pagos que tienen plazos recurrentes como los créditos que otorgan los bancos, los servicios que otorga el gobierno, como electricidad, agua, predial, Pago de impuestos.

Otra, es facilitar recursos directos de manera generalizada a las personas mediante depósitos o cheques como lo está haciendo el gobierno de norteamericano. Otorgar facilidades a las empresas para la obtención de créditos puente para el pago de nómina o a proveedores y prestadores de servicios privados. Estos créditos podrían tener meses de gracia para el pago de capital e intereses suficientes en lo que se empieza a regularizar su flujo de efectivo.

Estas mediadas de apoyo requieren una coordinación entre la política monetaria y la política fiscal, así como una modificación temporal a las estrictas reglas que tienen los intermediarios financieros para el otorgamiento de crédito y la creación de reservas para créditos reestructurados o con retraso en sus pagos. Los bancos centrales deberán usar los instrumentos a su alcance para dotar de liquidez al sistema financiero y los gobiernos habrán de flexibilizar sus restricciones a la contratación de deuda, reasignación de los rubros de gasto no prioritario, así como identificar con mayor amplitud a los grupos y personas vulnerables a la inactividad económica.

Tanto los apoyos directos por parte del gobierno como los créditos, deben operar de manera inmediata, una vez entrada en vigor la emergencia sanitaria. La tardanza o la complejidad en los requisitos para acceder a ellos juega en contra de la sobrevivencia de los sujetos a los que se busca apoyar.

Si se actúa en la emergencia para salvar a las empresas inactivas, evitar el desempleo masivo que esto pueda traer y asegurar la sobrevivencia de las personas en paro, se habrá dado un primer paso muy importante para mantener a salvo las condiciones para iniciar, posteriormente, la segunda parte de la política económica de la pandemia que es la reapertura. Las medidas keynesianas para la recuperación vendrán después.

Los estados sufrirán inevitablemente una disminución drástica de sus ingresos fiscales por la inactividad de amplios sectores económicos. Las medidas de austeridad no alcanzarán para compensar esa caída. El sentido común aconseja no aplicar restricciones al gasto en esta situación, antes bien todo lo contrario. En todo caso se recomienda una reasignación del gasto, desde actividades consideradas no prioritarias en la emergencia hacia las que son urgentes atender. Los pruritos de mantener finanzas públicas sanas o de no aumentar los niveles de endeudamiento, aplaudidos por el conservadurismo monetario y las calificadoras de riesgo crediticio en tiempo normales, son ahora mal vistos por ellos mismos. Cada país tiene su propia capacidad y márgenes para aumentar su gasto y su endeudamiento. Los que se muevan dentro de ellos, con inteligencia y focalizando con mira telescópica sus acciones, habrán sorteado de mejor forma la tormenta.

Volver a encender el switch de los circuitos económicos no será una tarea fácil. Dependerá, en primera instancia, del nivel de control sanitario logrado. Haber asegurado que los contagios y las muertes no representan ya un peligro creciente para la población y que un rebrote de la enfermedad pueda obligar nuevamente a un segundo cierre de la economía. En la reapertura de las actividades también deberán jugar un papel muy importante la administración estratégica de las pruebas para detectar el virus entre la población, las existencias de medicinas y finalmente la vacuna.

Dada la compleja interdependencia de los procesos de producción, la interconexión de las cadenas de suministro y proveeduría, así como el encadenamiento de actividades que indirectamente están asociadas, la idea de ir abriendo por etapas se antoja un tanto complicada. El esfuerzo de los gobiernos por modular este proceso se puede desbocar por las presiones de los agentes económicos contenidos o relegados, como de hecho está sucediendo ya en algunos lugares de Norteamérica. Una idea es que se abran primero las industrias que tienen organizados sus procesos de producción en lugares cerrados, como es el caso de las manufacturas, la construcción, por poner dos ejemplos. Posteriormente abrir pausadamente los negocios con un mayor contacto con el público, o que implican aglomeración de clientes. A las empresas y a los negocios, las autoridades deberán exigir una serie de mediadas de seguridad sanitaria para evitar los clientes y sus propios empleados. El enfoque regional también ayuda. Abrir con mayor celeridad aquellos lugares que han sido menos tocados por el virus.

La coordinación para la vuelta a la actividad entre las diferentes regiones y entre países será indispensable. Los engranes de la maquinaria deben ser sincronizados y calibrados para que esto funcione.


Hay, finalmente, tres lecciones que se deben destacar de las demás. La primera es que la amenaza del coronavirus para la totalidad de la población mundial nos debe hacer reflexionar que la biología nos iguala. No existen pueblos ni razas superiores, ni están unas primero que las demás. La segunda es que las economías nacionales e internacional, en estos tiempos, son una urdimbre interdependiente de actividades que al tiempo como compiten, colaboran. Racionalizar la cooperación es un reto futuro. La tercera es que el mundo debe avanzar hacia el establecimiento de un sistema de salud universal. La enfermedad es una amenaza común a la especie.










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Gildardo Cilia López
Gildardo Cilia López
02 oct 2020

Varios puntos notables hay que rescatar del texto de Juan Eduardo Martínez Leyva, que da inicio al primer debate y a la convergencia de ideas en torno a la ciencia económica. Me interesa destacar un punto, el que tiene que ver con el ciclo económico. Un ciclo es cambio gradual en el tiempo, en el que se reflejan tres momentos: ascenso, clímax y descenso. Por la gradualidad, se puede establecer que un ciclo es más o menos exitoso a partir de su duración. Hace más de 2200 años, Polibio encontró una de las ideas más atractivas en el pensamiento de la humanidad. Observó que el Estado pareciera seguir los pasos de un ser viviente: nace, crece, alcanza el punto más alto de desarrollo, decae y muere. Esta observación pareciera irrebatible, pero existe el cambio repentino que impide que el ciclo se cumpla en su totalidad. Lo real es que los seres nacen y mueren, pero son del todo inciertas las fases intermedias. La idea del ciclo se ha extendido a todas las ciencias. En algunas, matemáticamente, como en el caso de la epidemiología, se ha demostrado que todo fenómeno sigue la secuencia de una distribución normal. En las ciencias sociales cotidianamente se rompe el ciclo. El cambio repentino significa ruptura y todo ciclo puede quedar trunco; de modo que todo análisis lleva a la continuidad o a la ruptura. En la ciencia económica existe la tendencia de trazar los fenómenos económicos a partir de la secuencia cíclica. La conjunción en el tiempo, incluso, permiten concebir que existen ondas largas que pueden incluir varios ciclos de menor duración. El análisis cíclico, sin embargo, no siempre resiste la evidencia empírica, particularmente cuando cambios abruptos demuestran que existe fragilidad. Los mercado suelen crecer incesantemente y caer estrepitosamente, sin ninguna gradualidad; de hecho el optimismo desbordado es uno de los peores síntomas económicos. Ahora mismo, se discute sobre la preeminencia del modelo neoliberal. Algunos suponen que ha llegado a su fin; de ser cierto, lo primero que hay que resolver si ello fue resultado de su agotamiento, de su desgaste natural; o más bien si fue producto de una ruptura, de una nueva modalidad en la concepción del desarrollo económico. Las respuestas podrían ser diversas, pero lo evidente es que hace tres años nadie dudaba de su vigencia, hasta que el presidente de los Estados Unidos rompió declarativamente con el supuesto básico del libre mercado. La vuelta al proteccionismo, también hizo nacer la guerra comercial contra la segunda potencia económica del mundo: China; aflorando peligrosamente el tema de la supremacía económica, cuya obsesión en el pasado ha llevado a crisis humanitarias. ¿De verdad, en una economía globalizada se puede abandonar el libre mercado? ¿Se pueden romper los circuitos de valor y la complementariedad productiva y tecnológica entre los países? La circunstancia actual hace pensar que en los hechos la ruptura comercial más que impracticable, es dolorosa; tal como se experimentó en la primera fase de la pandemia, cuando el mundo resintió la disminución drástica de la producción de China. La pandemia originó un apagón repentino, fulminante, de la economía mundial, pero tambien pudiera significar el apagón definitivo del modelo económico. Todo indica que después de la crisis sanitaria la guerra comercial se va a profundizar, más por la creencia que en el origen y gestación del virus hubo una "conspiración china" . Esto no puede verse con optimismo, la tendencia proteccionista y la ambición supremacista del presidente Trump ponen en riesgo al mundo. Algunas de sus decisiones han sido alarmantes, destaco sólo dos: el abandono al Acuerdo de París sobre el cambio climático y el retiro de apoyos a la OMS en plena crisis pandémica. En México también los cambios económicos parecen enunciativos, porque se asocia indiscriminadamente al neoliberalismo con la corrupción estructural del país, que en la administración del presidente Peña llegó a niveles insospechados. Más allá de la corrupción habría que preguntarse si hubo neoliberalismo en el país. Tal vez lo que se dio fue un neoliberalismo imperfecto en el que se denota la incapacidad del Estado para inducir la competitividad, la transferencia tecnológica, la productividad laboral y el incremento de los ingresos reales de la mayoría de la población; además de que existió deliberadamente retrasos en la apertura hacia ciertas ramas y sectores, con características monopólicas. Habría que analizarlo. La administración actual mantiene como ejes fundamentales de su estrategia la austeridad y la disciplina fiscal; promueve el fortalecimiento de las finanzas públicas y no inhibe el libre mercado, por lo contrario, lo promueve mediante la integración regional. No hay ruptura con los principios prudenciales del neoliberalismo, más bie en muchos sentidos la estrategia resulta afín. Tal vez (y esta es una provocación), en lo económico este Gobierno sea más coincidente con el neoliberalismo que los gobiernos anteriores. Se apagó el switch dice Martínez Leyva, ahora hay que evitar el colapso económico: "diferir pagos, facilitar recursos directos y otorgar facilidades para créditos puente". También señala que en el momento actual son impracticables las políticas keynesianas: no vale la pena expandir el gasto si el motor económico está apagado. Ante este escenario, me pregunto, si para salir de la crisis y ante la inanición, no es indispensable la fortaleza fiscal del Estado. Afinar las finanzas públicas y ampliar el ahorro interno, son condiciones que resultan indispensable para volver a encender el motor. Sin la consolidación fiscal, la desafinación al tratar de poner en marcha el motor podría ser mayor; podría llevarnos a un contexto de recesión con inflación. Me quedo aquí, en un apagón repentino, no debo extender más mi comentario.

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