El Ahorro en los Tiempos de Recesión
Gildardo Cilia López
Dos planteamientos me obligan a llevar el tema a la mesa de debate. En primer lugar, los cuestionamientos de mis amigos Juan Alberto Equihua Zamora y Arturo Urióstegui Palacios en cuanto a la definición del ahorro y su posible acotación social y en segundo lugar, lo que publica la revista Proceso respecto a una entrevista con Juan Carlos Moreno-Brid en el que afirma tajantemente que "mantener el equilibrio fiscal, que implica renunciar a la deuda, pone freno a la recuperación económica del país para 2021". Contrario al propósito del Gobierno, la austeridad señala va a generar más pobreza.
Hablar del ahorro pareciera en etapas de recesión un reto, sobre todo si se parte de la paradoja keynesiana, en donde ahorrar más puede llevar a ahorrar menos; por lo que es preferible priorizar el gasto para dar aliento a la inversión. El motor económico, bajo esta perspectiva sólo podría encenderse con más gasto, siendo menos trascendente el equilibrio fiscal que propicia el ahorro público. La mejor solución sería, entonces, abandonar el balance primario o bien allegarse de más deuda dentro de un enfoque proactivo de la demanda; o bien rescatar empresas, asociándolas con la conservación y creación de empleos.
¿En realidad en momentos de crisis, conviene más gastar que ahorrar? Lo primero que se tendría que pensar es si existe una sobrada capacidad para gastar o endeudarse más. Pareciera que se quisiera llevar la paradoja keynesiana hasta un nivel ilimitado, en donde perder el equilibrio fiscal no significa un riesgo en términos económicos; o en donde se podría suponer que la deuda pública no tuviera efecto negativo alguno, sin considerar, por ejemplo, que la misma representa en este momento alrededor de 45 por ciento del PIB.
Recurrir a más deuda es asumir compromisos que se deben de pagar, por eso resulta indispensable considerar su uso cualitativo: más inversión y menos gasto; además para que el circuito financiero no se interrumpa o se altere es necesario el retorno del capital, con el consecuente pago del servicio de la deuda. En todos los ámbitos es así y es necesario precisar que el Estado al contratar más deuda se obliga a pagar los servicios que está genera; de no hacerlo el riesgo país se incrementaría.
Con mayor deuda pública se podrían resolver los problemas transitorios de los agentes económicos; pero ello tal vez no resolvería los problemas de fondo de las unidades económicas, más cuando la parálisis económica pudiera llevar a pérdidas imprevistas e irreversiblemente lo que si habría sería un impacto en las finanzas públicas, El endeudamiento creciente restringiría la capacidad de pago del Estado, por lo que solo quedarían tres caminos en el futuro: elevar las tasas impositivas, particularmente el IVA; reservar mayores recursos presupuestales para el pago de los servicios de la deuda, con la consecuente necesidad de contraer gastos prioritarios, entre ellos, salud, educación, vivienda y asumir una severa astringencia económica, recortando de manera sustantiva el gasto y la inversión públicas.
¿Por qué el ahorro no resulta útil en periodos recesivos? Tendríamos primero que valorar el ahorro a partir de su concepción creativa. El ahorro es fruto del trabajo productivo anterior, depende inicialmente de las rentas de los diferentes agentes económicos. De modo que en cualquier recesión los que estarían mejor preparados para enfrentar una situación recesiva son los que han ahorrado con el paso del tiempo. A nivel macroeconómico, los países -particularmente, los emergentes - que pudieran salir más pronto y mejor librados de la parálisis económica, serían aquellos que tienen finanzas sanas, no sólo porque podrían inyectar más recursos recurriendo a sus propios ahorros; sino porque tienen la posibilidad de contratar deuda sin resquebrajar su sistema de pagos.
El ahorro es producto también de una visión que rebasa el plano del corto plazo. La abstinencia sirve para potenciar la capacidad de crear riqueza. Los economistas clásicos consideraban que el ahorro era una precondición para ampliar la acumulación de capital. Éticamente el ahorro se concibió como resultado de la prudencia, para lo cual era necesario tener laboriosidad, austeridad, moderación y visión de futuro. El ahorro etimológicamente también significa libertad, entendida ésta como la independencia que se pueden lograr ante compromisos que inhiben el desarrollo humano y de las sociedades.
Lo contrario al ahorro es la dilapidación, que nos mueve al plano irracional, a una ilusión efímera y hedonista; en donde la riqueza se deforma, hasta hacerla extinguir. El despilfarro es una caja sin fondo. No es circunstancial que frente a este tipo de conductas surgiera el puritanismo económico, teniendo como principal ejemplo el de los cuáqueros, cuyas finanzas éticas se sustentan en la laboriosidad, en la generación del ahorro y en el destino noble de la inversión, buscando siempre el mejor impacto social.
En una visión dinámica el ahorro podría inhibir las posibilidades de desarrollo sólo si no tiene un uso productivo. Los que censuran al Gobierno caen así en un galimatías: quieren que no invierta en proyectos estratégicos que detonan, a su vez, inversiones y empleos y al mismo tiempo, piden un rescate que resultaría infructuoso, si no se suman a un ciclo expansivo de la economía, que pudiera provenir directamente de la inversión pública. Es importante señalar que estos recursos estaban previamente presupuestados y como medida anticíclica el Secretario de Hacienda ha propuesto adelantar el gasto y la inversión públicos.
¿Pero el Estado podría realmente gastar o invertir más? No sería posible fiscalmente gastar más allá de los ingresos, de no existir la posibilidad de contratar más deudas; o si no existiera la tentación de que el Estado transfiriera recursos, horadando su equilibrio financiero o fiscal. Sin la existencia del ahorro y con compromisos de corto plazo, los agentes económicos prefieren que los recursos permeen a partir del Estado. Es el Gobierno el que tiene que gastar por arriba de sus ingresos; también es el que tiene la posibilidad de contratar cuantiosas deudas. Habría que pensar si ir más allá de la capacidad presupuestal, más que una solución, significaría abrir el frente de una muy probable crisis fiscal; lo que podría llevar a una inacción económica por varios años.
La experiencia a partir de los setentas del siglo pasado parece contradecir la fórmula de crecimiento a partir del gasto público; lo que si hizo patente fue que el desequilibrio fiscal significó mayores tasas de inflación. La pérdida de equilibrio podría ponernos aún en un contexto menos deseable: recesión más inflación.
La inflación tiene efectos múltiples, entre los más importantes están la disminución de los ingresos reales y la erosión del ahorro. La inflación reduce la demanda agregada, al inhibir la capacidad de compra; amplía las tasas de interés y el costo financiero de los adeudos e impacta al tipo de cambio, letal en una economía con una balanza comercial que tiende en periodos de crecimiento a ser negativa. La inflación también altera las condiciones óptimas para la inversión y el ahorro. En los ochentas y aún en los noventas, las altas tasas de inflación obligaron a tener tasas de interés por arriba de los tres dígitos, sin que esto significara la existencia de tasas reales; es decir, se terminaba pagando por ahorrar.
¿Podemos afirmar que el ahorro es un factor restrictivo del crecimiento económico? Partamos de lo evidente, la experiencia internacional indica que el uso recurrente al gasto no sólo no es un aliciente para el crecimiento económico (en su caso tiene un efecto residual y temporal) y en cambio, sí, tiene un gran impacto inflacionario, que puede prolongarse indefinidamente, hasta que no se ajuste el gasto a las posibilidades fiscales de los gobiernos. ¿La solución para Venezuela para enfrentar la crisis pandémica sería seguir incrementando el gasto público con una inflación mayor a 7,000 por ciento? ¿Qué organismo financiero le podría prestar a Venezuela en esas condiciones?
¿Le conviene a México perder su estabilidad macroeconómica a cambio de generar una recuperación de la economía? Podría naturalmente generarse un déficit primario, pero el mismo no debe desbordarse a niveles incontrolables, además de que tendría que ser transitorio. En dado caso la discusión debería ser técnica: ¿hasta cuánto cuantitativamente y por cuánto tiempo sería permisible asumir un déficit primario? ¿Cuál debería ser el porcentaje del déficit en relación con el PIB?
En un plano alternativo se tendría que pensar también que viene un nuevo resorte económico. El T-MEC dará inicio en julio de 2020 y lo que menos convendría es tener relaciones de intercambio desfavorables, dentro de un escenario de presiones inflacionarias continuas.
Las expectativas económicas las ha impuesto el propio Gobierno. Hasta ahora su apuesta se ha sostenido en el equilibrio fiscal y en asumir gastos a partir de sus propias posibilidades de ahorro, dadas por la férrea austeridad; también ha encontrado mecanismos distintos a mayores tasas impositivas, recurriendo, por ejemplo, a la extinción de los fideicomisos públicos y a la no condonación de adeudos fiscales y no ha mantenido precios y tarifas públicas fuera del contexto del mercado. No ha atado al mercado, antes bien lo ha liberado convenientemente.
Tal vez lo que pareciera más criticable en este momento, termine siendo la mayor virtud del Gobierno del presidente López Obrador: actuar a partir de la frugalidad del gasto, cuidando las finanzas públicas y conservando equilibrios básicos, que de perderlos mucho lo lamentaríamos. ¿Será que la crítica al equilibrio fiscal se dé más por fobias políticas, en donde a nadie complace una visión racional del Gobierno?
Coincido en la dimensión cuantitativa del problema del déficit y su financiamiento. También creo que hay que considerar la perspectiva del costo de oportunidad ¿Quién aplica mejor los recursos, el sector público o el privado? Con eso estamos de golpe en una elección muy delicada. No estoy seguro siquiera de si tenemos claridad de los criterios que nos permiten definir que significa "aplicar mejor". Lo primero que diría es bienestar. Pero muy cerca puede estar productividad, rentabilidad (alguna), competitividad. Ahora hasta la felicidad podría ser un criterio. ¿En dónde genera más felicidad para los mexicanos un peso? ¿Si lo invierte el gobierno federal o un ciudadano privado?